21 de junio de 2012

Quieta

por Guadalupe Gaona 

La casa estaba en silencio. Hacía años que nadie vivía ahí. Pero a pesar de ese detalle, la casa estaba llena. Recorrió el lugar a paso lento. La distancia y la frialdad del visitante de museo. Las superficies estaban limpias y lustrosas. Los objetos parecían vigilarla. 

Había sido la casa de sus abuelos y hasta el momento en que cada uno decidió irse, partir quién sabe a dónde, los visitaba una vez al mes. La casa la esperaba y ella la recorría como una absoluta extranjera. Eso era lo que más le gustaba. Caminar despacio por el pasillo largo que llevaba a los cuartos del fondo, probándose a sí misma, mientras el terror le aceleraba el corazón con latidos oscuros, en medio de una selva silenciosa que le retumbaba en los oídos. 

Ese diciembre, de mucho calor, se había instalado ahí a estudiar para los exámenes de fin de año. Leía desde la mañana hasta la tarde sentada en el comedor bordó que hacía las veces de oficina. Cada tanto, cuando necesitaba estirar las piernas, daba un paseo. Caminaba dando vueltas alrededor de la mesa, por el living, rodeando los sillones o siguiendo las líneas del piso, serpenteando una ruta imaginaria. En alguno de los cuartos, se tiraba en la cama y se quedaba dormida unos minutos. Al levantarse miraba la marca que su cuerpo había dejado en el cubrecama. Estiraba las arrugas planchándolas con la mano hasta dejar la superficie bien lisa, prolija. Entraba a otro cuarto y hacía lo mismo. Dormía un rato. Cuando tenía hambre se sentaba en el piso helado de la cocina para comerse un sandwich. 

Una tarde, de vuelta en la mesa, con el libro en la mano, miró a su alrededor y se acordó de la historia del Mary Celeste, ese barco que encontraron en el medio del océano sin ningún tripulante. La mesa puesta con la comida servida, un libro abierto en una reposera, un tocadiscos todavía sonando, pero no había nadie, nadie que comiera, ni que leyera el libro. ¿A dónde se habían ido todos? ¿Quién los sorprendió en sus tratos cotidianos y los obligó a huir? 

Marcó la página donde había terminado de leer; en realidad, donde había terminado de prestar atención a lo que leía. Cerró el libro, agarró su bolso y se fue. 

No volvió por un par de días. Pero cuando lo hizo, nada estaba igual. Un montón de gente iba y venía de un lado a otro. Una de sus tías pasó caminando con una lámpara en la mano. La otra descolgaba a toda velocidad los cuadros de las paredes y los acomodaba en el piso. Era como si a la casa le estuvieran arrancando la piel. 

Nuevo orden. Los objetos empezaban a formar pequeñas e insólitas escenas. Desfiló frente a sus ojos la mesa del comedor. El sillón grande del living, atado con sogas, desaparecía por la ventana que daba a la calle, hacia abajo, lentamente. Los peces de los platos en las vitrinas de vidrio, nadaban quietos en su pecera. 





"El fotolibro Quieta, de la fotógrafa Guadalupe Gaona, es el proyecto ganador de la primera edición del concurso Fotolibro Latinoamérica, convocado por RM en 2010.
El premio fue otorgado por un jurado integrado por Horacio Fernández, Graciela Iturbide, Martin Parr, Lesley Martin, Álvaro Sotillo, Diran Sirinian, Ramón Reverté, Alexis Fabry y juan Pablo Quiroz.
En esta obra, la fotógrafa da cuenta del lento proceso de desmantelamiento de una casa aristocrática de Buenos Aires. Constituye una narración visual, sin escritos, muy propositiva en el contexo de la fotografía latinoamericana".