20 de diciembre de 2012

La solarística

Fabián Casas

(Publicado en la revista de la Facultad de comunicación y Letras, de Chile)



Voy a escribir sobre la amistad, sobre la ciencia ficción, sobre la idea de país, sobre los símbolos patrios, sobre un extraño océano compuesto por la materia de nuestros sueños y terrores. Sobre la nostalgia. Voy a escribir acerca de cosas que no tengo en claro. Voy a escribir sobre la polis  [SIGUE ACÁ]

13 de diciembre de 2012

Dramaturgos y telépatas


Pedro Mairal


Existen dos tipos de familias: la teatral y la telepática. La familia teatral es la más expresiva, donde todo sale para fuera y la gente se grita las cosas en la cara. Familias de estilo italiano, por ejemplo, donde los hermanos pueden tirarse las sillas por la cabeza y al rato estar abrazados riéndose. Los conflictos salen a la luz, se ventilan en la mesa, hay confrontaciones, se levanta la voz, todo sucede más rápido, porque la energía se libera, el conflicto se vuelve materia actuada para todos los presentes. Esas familias ya tienen abiertos los canales de lucha y así aprovechan como un deporte en los asados y comilonas, se miden entre sí, forcejean. La madre o el padre quizá hacen de árbitro, aunque nadie está libre del “¿y vos qué te metés? ¿Qué te peinás si no salís en la foto? No saltés que no hay charquito”, etc. Los invitados o familiares políticos recién llegados pueden asustarse, porque les parece que se van a matar, que de esa pelea no se vuelve, que ese llanto va a incubar un odio eterno, que el insulto le va a quedar colgado al otro de por vida. Y no. El fluir del domingo dentro de la casa se va llevando lejos el mal rato, un par de carcajadas soplan la nube de la mala onda, lo dicho dicho está y quedó claro. El sacudimiento de brazos en plena discusión fue como un karate a distancia, un “kame hame ha” de dibujito japonés, puños aéreos de llamas encendidas, y así se resolvió, uno aplastó al otro, lo revolcó en el barro de la humillación doméstica, le enseñó, sonó un portazo, bajó al rato la hermana menor después de encerrarse a llorar en el baño, la tía hizo el rogel famoso y no faltará quien le diga que le salió horrible, un mazacote, aunque igual se lo coma y pida otro pedazo.

La familia telepática, en cambio, es para adentro, más de drama sicológico, de angustia larga y silenciosa. En este tipo de familia no se pierde nunca la cordialidad básica, y toda emoción se terceriza. “Estuviste medio duro con papá, aflojá un poco”, o “A tu hermana no le gustó nada que te metas con el tema del bautismo”. En la mesa se cuentan anécdotas, se intercambian opiniones que pueden diferir, pero nadie lleva nada al plano personal. A lo sumo el aparente choque mínimo se resuelve en chiste y la causa pasa al juzgado telefónico del lunes a la mañana donde alguien hace de mediador, habla con uno, habla con otro, el tema se patea, quizá se disuelve pero queda como el mercurio en el agua. Y se hacen intensas telepatías donde cada uno cree que el otro debería ya haber entendido algo que nunca se dijo. Hay mucha burocracia emocional, se trabaja la culpa con triangulaciones del mensaje. No se le pega directo a la bocha, se juega al menos a dos bandas, hasta con el cariño, porque “dice mamá que Sofi está tan agradecida con ustedes.” Se aman y se odian pero a través de los ríos subterráneos. Aunque esté presente en los gestos distantes, la palabra amor no se susurra cara a cara ni en situaciones terminales, y así todo lo no dicho se puede volver cuento o poema o novela, pero nunca teatro.



Perfil, 8 de diciembre de 2012



20 de noviembre de 2012

Polaroids por telegrama


Pedro Mairal

Desde hace veinte años el mundo no cambia, algo se congeló en el devenir del diseño y la moda. Los veinteañeros siguen vestidos como Kurt Cobain. Los años 80, con su brushing flúo, marcaron el último momento de los cambios ridículos. Y en los 90 se estancó la mutación. La línea redondeada de los autos, la arquitectura de vidrio y acero, la ropa, el diseño gráfico, los peinados... todo parece haber quedado en una meseta de repetición donde sólo se hacen alusiones retro. Es decir, no hay más presente evolutivo, no hay actualidad como cosa nueva. Sólo existe el replay de lo que cada uno quiera revivir. Los cambios suceden dentro de la pantalla, la revolución fue sólo digital, pero afuera de la pantalla nos quedamos quietos y desentendidos. Los cibernautas estamos vestidos igual que hace veinte años, cuando prendimos la computadora por primera vez. La humanidad se distrajo mirando videítos de YouTube y se olvidó del mundo externo. Quizá no necesitamos cambios en ese plano concreto, porque todo está cambiando en este otro plano más cerebral. Somos Kurt Cobain pero con iPhone. Desde hace dos décadas Bart Simpson sigue teniendo 10 años.

Pienso en Instagram, una aplicación para darles a las fotos una pátina vintage. El nombre es una mezcla de instantánea y telegrama. El filtro más conocido de esta aplicación hace que una foto digital actual tenga los colores saturados y el grano de una Polaroid de los setentas, con su borde blanco analógico y todo. La imagen con Instagram pasa así a tener algo que no podía tener antes una foto del presente, pasa a tener una nostalgia automática, tiempo acumulado, como si fuera ya un viejo recuerdo. Y sin embargo quizá es una foto de tu gato sacada hace pocos minutos. Los norteamericanos son buenos descubriendo ese tipo de trucos. Mientras los franceses dejan el vino treinta años en barricas de roble para que tenga esa madera sutil al fondo de su sabor, en California consiguen el mismo efecto espolvoreando aserrín de roble sobre el vino nuevo. (Habría que inventar un sobrecito que le echás al vino en cajita y lo convierte en un Château Petrus cosecha 1971).

Los fotógrafos están horrorizados con Instagram porque logra darles un aire profesional a las malas fotos amateurs. El usuario sólo tiene que encuadrar bien y apretar un botón, y el cielo de hoy parece el cielo de la infancia, la ropa tiene un aire gastado, la gente se convierte en sus propios padres cuando eran jóvenes. Instagram te atrasa una generación (si tenés cuarenta, porque si tenés veinte te atrasa dos). Para los más jóvenes habría que ver qué sentido tienen esos anacronismos visuales, esas alusiones a un mundo analógico que no conocieron y que no despierta ningún eco afectivo. Instagram es una maquinita del tiempo que manda a los setenta cualquier cosa que apuntes con tu lente: tu taza de café, tus pies, tu bicicleta, tu cuadra y el sol en la ventana.

Ya tenemos en el disco rígido diez años de fotos digitales. Las primeras, con el numerito rojo de la fecha que no sabíamos quitar, o esas de familiares todavía posando como si fuera una ocasión única, un solo disparo. Fotos de las cuales las mejores se imprimían en papel porque el archivo digital no se consideraba la cosa en sí, sino algo parecido a los negativos.

Después las carpetas de fotos crecieron. Pasamos de las fotos malas a las fotos malísimas, total no tenían costo. Fotos más documentales que estéticas. Miles y miles y también videítos. Y también carpetas con fotos borrosas y ultrapésimas sacadas con el celular. Las mandamos por mail, las subimos a Facebook, las guardamos en la nube, en Flickr, en Picasa Web, ahora las compartimos por Twitter en Instagram...

Pero son fotos de un presente que ya no envejece, sólo cambian un poco los cuerpos; el entorno es siempre el mismo. No hay pérdida, ni tiempo, ni nostalgia. Esa falta es lo que parece llenar Instagram: transforma y envejece un presente eterno e inmutable. Le agrega un filtro emocional al museo infinito de los días iguales. Durará un rato, después ya no va a causar efecto. Si cada época inventa su pasado, ¿cómo será en el futuro el pasado de este tiempo congelado? Como Billy Pilgrim, el personaje de Vonnegut en Matadero 5, nos salimos del tiempo lineal y vivimos un poco en cada época. Saltamos por los años con nuestros dispositivos, archivos y filtros. Envejece Madonna y la suplantamos por Lady Gaga. No necesitás cambiar, tu iPhone cambia por vos.



Perfil, 17 de noviembre de 2012


8 de noviembre de 2012

Hoy jueves 8 de noviembre

Hoy jueves 8, leo el final de El Gran Surubí, una novelita que escribí en sonetos y que se publicó a lo largo de este año, por entregas, en la revista Orsai. Cada soneto está ilustrado por Jorge González.
Leen también Carolina Aguirre y Leo Oyola.
Es en Humberto Primo 471
A partir de las 21

21 de octubre de 2012

Perros al alba


Pedro Mairal

De lunes a sábado me despiertan 7.30 los perros que el paseador deja atados en un poste a mitad de cuadra. Mientras busca más perros por los departamentos, los deja ladrando sus ladridos metafísicos que suben hasta mi ventana como una jauría atrapada en un cañadón. Las fachadas de los edificios hacen de megáfono, el ruido sube. Son casi veinte perros preguntándole cosas al cielo, en toda la escala, desde el guau profundo de un labrador hasta el aullido finito de un caniche toy. ¿Qué dicen, a quién invocan, llaman a sus dueños, liberan tensión, se declaran listos para algo, se contestan a sí mismos, afirman su yo canino en cada grito?

Si uno solo empieza, ése desata el coro, y cada uno empieza a probar la acústica de la cuadra, les gusta estudiar el espacio a los perros, fijarse dónde pega su ladrido, dónde rebota, dónde se pierde. Estoy seguro. Tiene algo de radar su vozarrón. García Lorca muestra muy bien los ladridos lejanos en lugares abiertos cuando, en su Romancero, un gitano y una casada infiel van al río de noche, furtivos, a amarse sin ser vistos, y a lo lejos se oye “un horizonte de perros”. Saer, en su novela La grande, desglosa el recuerdo de los cinco sentidos en su pueblo y al llegar a las sensaciones auditivas habla de los ladridos en el espacio negro descomponiendo una multiplicidad de planos diferentes, una geometría de ladridos que rebotan en patios cuadrados, en tapiales largos, en tinglados de chapa. Los ladridos son el espacio.

Muy lindo y muy literario todo. Pero quiero dormir media hora más hasta las ocho sin que las tres cabezas del can Cerbero me ladren en la puerta del infierno. ¿Qué hacer? ¿Bajar con un bate de baseball a hablar con el paseador? ¿Bajar en son de paz? ¿Llamarlo? ¿Agremiarme con los vecinos para hacerle un reclamo colectivo? ¿Distribuir su teléfono en un papelito buchón por todos los pisos? ¿Soltarle una mañana la jauría y dejarle un cartel mafioso en el poste? ¿Hacerme el San Francisco de Asís y hermanarme con los hermanos perros hasta anularlos por aceptación?

Qué detestable esa actitud de tercerizar el tema mascota. Los dueños que no se hacen cargo de sus perros deberían ser atados todos juntos a un poste. Qué manera de joder al prójimo. Yo convivo con una gata hace dos meses. A la tarde, cuando el sol entra por la ventana, ella se sienta derecha, egipcia y luminosa, adora a un dios antiguo, brinda tributo, se acicala. Yo la miro y escribo. No molestamos a nadie.

Perfil, 20 de octubre de 2012




16 de septiembre de 2012

La Pasión


Pedro Mairal


Un médico al que no le gusta el fútbol está almorzando con dos matrimonios amigos, por Núñez, en una larga sobremesa de domingo. Uno de los amigos mira por debajo de la mesa su BlackBerry y dice: “¡Vamos! San Lorenzo metió un gol en el último minuto. Terminó el partido. Están jugando acá en River”. Los amigos del médico discuten sobre San Lorenzo. Uno es de San Lorenzo; el otro, de Boca. El los escucha cansado, mirándose con las esposas respectivas, hartos todos del tema, y se pone a argumentar contra el fútbol.

Afuera hay unas corridas a la salida del estadio. Aconsejan en el restaurante esperar un poco, y cierran la puerta.

Después salen. Hay un tumulto en la esquina. Se acercan. La gente pide un médico. Contra un poste de luz, ven a un hincha de San Lorenzo sentado sobre su propio charco de sangre. El médico duda, se acerca, lo revisa. El tipo le pregunta si se va a morir. El médico no le contesta. Le mira la herida, trata de frenar la hemorragia. Llama a una ambulancia y se arrodilla al lado de él. El hincha, otra vez, le pregunta si se va a morir. El médico le dice que puede ser. El hincha está en estado de gracia. Se ríe a carcajadas pero a la vez grita de dolor. El médico lo acompaña en su agonía.

El hincha le pregunta: “¿De qué cuadro sos”. “No me gusta el fútbol”, dice el médico. “Entonces ahora sos de San Lorenzo”, le dice, se saca la bandera que lleva en los hombros y se la pone al médico. “Mi pasión ahora es tuya”, le dice. El médico se mira la bandera como bufanda colgada del cuello, la agarra y en ese momento el hincha le agarra las manos, se las aprieta y lo trae contra sí como si lo fuera a zamarrear o a decirle un secreto; no lo suelta. Es un tipo grandote y fuerte. Se aferra a la vida muriéndose, yéndose. Es un momento íntimo. Se escucha la respiración agónica. Finalmente, el hincha le dice al oído: “Aguantame los trapos”. Y se muere.

Llegan otros barras corriendo. Lo empiezan a levantar. El médico les dice que ya no hay nada que hacer. Es mi hermano, dice uno. El médico le dice: “Me dio esto”, le quiere devolver la bandera. El hermano le mira la camisa blanca ensangrentada, las manos. Le dice: si te la dio, es tuya.
Se lo llevan en andas. Llega la ambulancia. El médico queda ahí parado en medio de la gente que mira.
Una semana después está dando una conferencia en Europa, en un congreso de medicina. Habla en inglés, lo aplauden. Se va a sentar para escuchar a otros, pero no puede dejar de mirar en su iPhone cómo va el marcador del partido de San Lorenzo. 


***


Cuando vuelve en el avión lee los suplementos deportivos on line. La azafata le pide que apague el teléfono y él le dice: “Ya lo voy a apagar”, y se demora un rato. En el kiosco del aeropuerto va a comprar cigarrillos (no fuma hace cinco años, pero no se aguanta) y entre las revistas ve un número aniversario de San Lorenzo que viene con un DVD. Lo compra y lo hojea en el remise, con la ventana baja, fumando.

De noche en su cuarto se oye que dice: Buticce, Albrecht, Rosi, Calics, Villar, arriba Rendo... Prende la luz, su mujer le pregunta qué le pasa (está casado, con hijos estudiando en el exterior). Mira la revista, apaga la luz y dice: Rendo, Veglio, Cocco, González... El domingo le pide a su amigo cuervo que lo lleve a la cancha. En la popular mira como asustado a los demás gritando, saltando. De a poco se suma al grito de la hinchada. Pierden 1 a 0 y el árbitro no cobra un penal evidente. Empiezan a volar cosas, el amigo se lo quiere llevar y él sigue saltando desaforado. En los empujones el hermano del barra brava muerto lo reconoce y se lo lleva al corazón del agite. Uno le pregunta si es alemán, no escucha, dice que sí. Lo bautizan “el Alemán”. Se vuelve solo a su casa, sentado en el asiento de atrás del colectivo, se trata de calmar pero por momentos se ríe solo.

Es obstetra. El lunes está en un parto. “¿De qué cuadro lo van a hacer?”, pregunta. “El abuelo es de Huracán”, dice el padre. “No, tiene que ser de San Lorenzo”, le dice. “Vamos a ver”, dice el padre. “Si no lo hacés de San Lorenzo no lo asisto yo”, contesta y se empieza a sacar los guantes, como yéndose. La madre con las piernas abiertas, empapada en sudor, los mira y dice: “¿Me están jodiendo?” “Está bien, está bien”, dice el padre, “es de San Lorenzo”. Al día siguiente, tiene que dar explicaciones al director de la clínica.

Va a ver a su amigo cuervo que es psicoanalista. Quiere parar con esta conducta, pero no puede. El amigo le habla de una proyección traumática puesta en el fútbol. Le dice que San Lorenzo no es lo más importante. Discuten. El médico se va gritándole: “No tenés huevos, loco, no tenés huevos.” Vuelve a la cancha, ya es “el Alemán” en la barra brava. Ese día hay heridos. Lo invitan a un asado. De vuelta en su casa a la noche, lejos del sexo tullido matrimonial, tienen sexo apasionado y de pie con su mujer, que lo mira sorprendida.

El lunes lo llaman del hospital para decirle que no vaya más. “Prendé la tele”, le dice el director. En el noticiero lo identificaron con las cámaras de la cancha. Su imagen congelada en pantalla. Santo Biasatti dice: “¿Saben quién es este señor que tira piedras? Un prestigioso médico porteño.”

Una noche le traen un herido de bala. Se vuelve médico clandestino de la barra brava. Empieza a tomar decisiones. Viajan a un partido en el interior... El final mejor no contarlo todavía.




Perfil, 9 de septiembre y 16 de septiembre de 2012



25 de agosto de 2012

18 Whiskys, era cierto

Acá lo pueden ver a Fabián Casas cuando tenía la melena del Diego a principio de los 90. "Rally París Dakar" es un documental de Mario Varela que registra una competencia que consistía en algo así como ir a 9 bares por San Telmo y tomar una bebida alcohólica distinta en cada uno:  ginebra, vodka, whisky, melaza, vino, etc. No se podía vomitar entre vino y vino. Y se suponía que el último en quedar en pie ganaba y le editaban un libro gratis. Los competidores eran los poetas de la revista 18 Whiskys: Desiderio, Villa, Durand, Casas, Rojo... Dura media hora. 


21 de agosto de 2012

El amo y el sirviente


por Pedro Mairal 

A la mañana me siento en el living y apoyo la taza de café al lado de la taza sucia de ayer. Y de pronto me veo repetido, desfasado, facetado en fotogramas, el fantasma del que fui cada día de la semana apoyando la taza el lunes, apoyando la taza el martes, y el miércoles, etc. Es decir todos mis etcéteras como una serpiente que me sigue, un multiplicado reflejo de ascensor, una coreografía de mí mismo, mi estela semanal.

No logro equilibrarme en la soledad de mi casa: o soy el amo o soy el sirviente. Cuando soy el amo voy ensuciando platos, cubiertos, vasos, y ahí quedan, y la ropa se apila en la silla, y los papeles van formando una parva, los libros que fui hojeando estos días para preparar clases llegan hasta la cocina, los cables de los distintos adaptadores y cargadores se van haciendo un nudo negro... Qué lindo ser el amo, qué gran displicencia indigna, ser un déspota caprichoso que va barajando el orden y despeina la casa y vuelca el frasco de monedas en la mesa para sacar un clip de papel y así lo deja.

Cuando soy el sirviente voy levantando el caos del señorito. Repaso su semana, la voy como leyendo, acá su vaso de vitamina C dominical, acá su clase de Saer del jueves, acá el bol de cereales del miércoles del hijo, acá las cuentas impagas, acá el recibo que buscó durante días. El sirviente es mucho más sabio que el amo, más digno, más alto y despejado. Nada de jogging, ni pijama, ni crocs impresentables. El sirviente es un mayordomo inglés que respeta hasta el orden alfabético de la biblioteca y guarda en carpetas las facturas, y dobla la ropa del hijo con amor. Qué lindo cuando finalmente logro ser el sirviente y la casa queda planchada, espaciosa, nueva.

Por qué me costará tanto invocarlo más seguido, y tenerlo más cerca para aplacar el aluvión del amo. Quisiera ser amo y sirviente al mismo tiempo, poder mezclarlos, volverlos simultáneos hasta que no se sepa quién hace qué, hasta que el amo le traiga un té al sirviente que estaba cansado y leyendo una novela.


Perfil, 17 de agosto de 2012

18 de agosto de 2012

Amor incondicional


Pedro Mairal

Se podría escribir un cuento de una chica joven que se muda con un viejo escritor. El viejo no termina de entender el porqué de la devoción de ella, que pasa todo el día en la casa durmiendo y leyendo, y se acuesta con él de vez en cuando con ternura, sin desprecio. A los dos años la chica se va y lo deja. Después entendemos la verdad: ella estaba enamorada de la biblioteca del escritor, no del escritor, y se quedó todo el tiempo que le llevó leer sus libros.

Tuve durante diez años mi biblioteca desparramada en distintos lugares. Mis libros iban y venían según mi estado civil y mis metros cuadrados. En cajas, en roperos ajenos, guardé primero, creo, los libros de teoría y ensayo, después en bolsas de consorcio la narrativa que no fuera latinoamericana, después me quedé solo con la literatura argentina, pero al final la ficción también terminó en una baulera oscura... De lo que nunca pude despegarme fue de mis libros de poesía en castellano que me acompañan a todos lados, como el árbol de Basho que él llevaba consigo en cada mudanza.

Intenté varios sistemas que fallaron. En una época tuve doble fila de libros en los estantes, pero no funciona porque el libro que no se ve no se lee. Guardé libros abajo de la cama, pero eso tampoco es práctico y además provoca pesadillas. A veces imagino una casa con un piso flotante y abajo guardados los libros en escotillas traslúcidas. Sería una linda biblioteca.

Ahora estoy logrando reunir todos mis libros disgregados, rebobinar mi atomización. Sé que puede no parecer motivo para la felicidad, pero estoy enamorado de mi biblioteca, de hecho me tolero solo gracias a mis libros. Hace poco murió un amigo de quien todavía no pude escribir una sola línea porque ninguna partícula de mi persona se cree realmente que él ya no esté. El asunto es que, cuando mi amigo ya sabía que se estaba muriendo, dijo que si tuviera que elegir un epitafio sería esa frase de Pearsall Smith: “Some people say life is the thing. I prefer reading”. Que se podría traducir como: “Algunos dicen que lo importante es vivir. Yo prefiero leer”.



Perfil, 10 de agosto de 2012



Retrato de mi biblioteca, por María Luque, 2016.   

17 de agosto de 2012

Hijos de Babel

Fernando Varela me persiguió, me fue a buscar a eventos donde sabía que yo iba a estar, me entrevistó con su hermano, me acosaron con cámara y grabador. Yo no entendía qué querían. Me dijeron que estaban haciendo un disco con canciones basadas en cuentos de autores argentinos. Lo increíble es que lo hicieron. Terminé de entenderlo cuando me lo mandaron y escuché la canción poderosa que hicieron en base a mi cuento Hoy temprano. Se mandaron un laburo enorme, entrevistaron a Casciari, a Dolina, a Castillo, fueron hasta Gesell a grabar a Saccomanno y a Forn. Mucha energía. Y eso es lo que tiene la canción llamada "Nada en pie", energía musical.

El disco se llama Otros mundos y se puede escuchar acá.

Y acá el blog de Hijos de Babel donde están las entrevistas a los autores.

4 de agosto de 2012

Autorretrato a los 41


por Pedro Mairal

Me están creciendo las tetas. Cuando me siento, mi panza ya tiene tres pliegues como un Sharpei albino. Cumplí 41 años. Fui a natación el año pasado y me hizo mucho bien, pero este año opté por atrofiarme. Y sin embargo nunca las mujeres me miraron con tanta devoción como ahora. Me agarran cansado. Las miro de lejos. Cada vez me dan más miedo. Cuanto más hermosas, más miedo me dan. Son monstruas temibles. Cuanto más sexuales, más monstruas. Con esa cualidad tentacular de pechos y glúteos protuberando en direcciones opuestas, los labios rojos, la melena de león, la boca abierta con dientes y su flor carnívora.

Y lo que hacen con sólo una gota congelada del varón: se encienden con todas las luces como un cartel de Las Vegas y empiezan a fabricar en sus vientres a Arnold Schwarzenegger o a Serena Williams o a Lula da Silva, lo fabrican ahí dentro, durante nueve meses, y mientras tanto mascan chicle y caminan y trabajan, como si nada, pasan gradualmente de la cintura de avispa a la cintura de obispo, se inflan habitadas por un extraterrestre, un ocupa de rápida multiplicación celular, y finalmente expulsan con varios pujos al hombre rata, o a Susana Giménez, o a Tyson, o a Ted Bundy, que sale morado, azul y untado en una pasta blanca y llorando, atado a la madre por un cordón como una columna retorcida. ¿Hay algo más temible que eso?

Soy padre de un hijo varón. Después de separarme, me mudé a un departamento frente a su colegio para estar cerca de él. Le enseñé a andar en bicicleta, a lavarse los dientes y a prender fuego. Mis mejores cuentos se los cuento a él antes de dormir, y después no los escribo. Cada vez creo más en no escribir. No anotar. Dejar que pase el viento por las ramas de los árboles sin querer detenerlo con una red de palabras. Estoy bastante cansado. Como El graduado, quiero quedarme en el fondo de la pileta de natación con mi traje de buzo y mi arpón. Me acaba de llegar un mail para ofrecerme 500 dólares por escribir siete mil caracteres sobre un tema del que no tengo la menor idea. Voy a decir que sí. Ya no puedo escribir narrativa sin sentirme un impostor. 
 


Perfil, junio de 2012

24 de julio de 2012

Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal








En este capítulo de Impreso en Argentina entrevistamos a la hija de Marechal, María de los Angeles, a Juan Incardona, a Santiago Llach y a Sebastián Hernáiz. Invitados especiales en la cancha de fútbol: Maxi Tomas, Agustín Valle, Lucas Funes Oliveira, Diego Erlan, Loyds y Hernán Vanoli. Gracias a todos por sumarse. No me pregunten por la conexión entre Marechal y el fútbol, pero ahí está. El partido no fue actuado, mi gol es de verdad, aunque tuve que sobornar a la editora con un chocolate para que lo pusiera y sacara mis bloopers.
  

30 de junio de 2012

Héctor Viel Temperley



Pasaron 25 años de la muerte del poeta Viel Temperley. Los nietos hicieron este video con fotos y fragmentos de sus poemas. El poema final es un poema inédito de Viel.
Y acá el texto que Carolina Esses escribió en la revista Ñ. 


27 de junio de 2012

El entenado, de Saer




Para entrar a esta novela de Saer nos metimos en lancha por las islas santafecinas y entrevistamos a Alberto Díaz, Raúl Beceyro y Paulo Ricci.

21 de junio de 2012

Quieta

por Guadalupe Gaona 

La casa estaba en silencio. Hacía años que nadie vivía ahí. Pero a pesar de ese detalle, la casa estaba llena. Recorrió el lugar a paso lento. La distancia y la frialdad del visitante de museo. Las superficies estaban limpias y lustrosas. Los objetos parecían vigilarla. 

Había sido la casa de sus abuelos y hasta el momento en que cada uno decidió irse, partir quién sabe a dónde, los visitaba una vez al mes. La casa la esperaba y ella la recorría como una absoluta extranjera. Eso era lo que más le gustaba. Caminar despacio por el pasillo largo que llevaba a los cuartos del fondo, probándose a sí misma, mientras el terror le aceleraba el corazón con latidos oscuros, en medio de una selva silenciosa que le retumbaba en los oídos. 

Ese diciembre, de mucho calor, se había instalado ahí a estudiar para los exámenes de fin de año. Leía desde la mañana hasta la tarde sentada en el comedor bordó que hacía las veces de oficina. Cada tanto, cuando necesitaba estirar las piernas, daba un paseo. Caminaba dando vueltas alrededor de la mesa, por el living, rodeando los sillones o siguiendo las líneas del piso, serpenteando una ruta imaginaria. En alguno de los cuartos, se tiraba en la cama y se quedaba dormida unos minutos. Al levantarse miraba la marca que su cuerpo había dejado en el cubrecama. Estiraba las arrugas planchándolas con la mano hasta dejar la superficie bien lisa, prolija. Entraba a otro cuarto y hacía lo mismo. Dormía un rato. Cuando tenía hambre se sentaba en el piso helado de la cocina para comerse un sandwich. 

Una tarde, de vuelta en la mesa, con el libro en la mano, miró a su alrededor y se acordó de la historia del Mary Celeste, ese barco que encontraron en el medio del océano sin ningún tripulante. La mesa puesta con la comida servida, un libro abierto en una reposera, un tocadiscos todavía sonando, pero no había nadie, nadie que comiera, ni que leyera el libro. ¿A dónde se habían ido todos? ¿Quién los sorprendió en sus tratos cotidianos y los obligó a huir? 

Marcó la página donde había terminado de leer; en realidad, donde había terminado de prestar atención a lo que leía. Cerró el libro, agarró su bolso y se fue. 

No volvió por un par de días. Pero cuando lo hizo, nada estaba igual. Un montón de gente iba y venía de un lado a otro. Una de sus tías pasó caminando con una lámpara en la mano. La otra descolgaba a toda velocidad los cuadros de las paredes y los acomodaba en el piso. Era como si a la casa le estuvieran arrancando la piel. 

Nuevo orden. Los objetos empezaban a formar pequeñas e insólitas escenas. Desfiló frente a sus ojos la mesa del comedor. El sillón grande del living, atado con sogas, desaparecía por la ventana que daba a la calle, hacia abajo, lentamente. Los peces de los platos en las vitrinas de vidrio, nadaban quietos en su pecera. 





"El fotolibro Quieta, de la fotógrafa Guadalupe Gaona, es el proyecto ganador de la primera edición del concurso Fotolibro Latinoamérica, convocado por RM en 2010.
El premio fue otorgado por un jurado integrado por Horacio Fernández, Graciela Iturbide, Martin Parr, Lesley Martin, Álvaro Sotillo, Diran Sirinian, Ramón Reverté, Alexis Fabry y juan Pablo Quiroz.
En esta obra, la fotógrafa da cuenta del lento proceso de desmantelamiento de una casa aristocrática de Buenos Aires. Constituye una narración visual, sin escritos, muy propositiva en el contexo de la fotografía latinoamericana".

7 de junio de 2012

Los pichiciegos, de Fogwill



En este capítulo de Impreso en Argentina, para meternos en la novela visionaria de Fogwill, entrevistamos a Ezequiel de Rosso, a Mauro Libertella y a Hugo Emilio Sánchez, el autor de Brilla tú borracho loco, que estuvo en Malvinas en el 82. Copio abajo uno de los poemas de Hugo.


*

4


Cuenta la historia
que la noche del 12 de junio
los ingleses
aplazaron el ataque 24 horas
una decisión acertada
debían prepararse
el wirelles ridge estaba ocupado
por tropas de elite
es decir
el nono pipo tony y huguito
en posición fetal
contra las piedras.


Hugo Emilio Sánchez




22 de mayo de 2012

La furia, de Silvina Ocampo






En este capítulo quedo atrapado en el mundo de Silvina Ocampo y me encuentro con Gaby Bejerman, Matilde Sánchez y Jorge Torres Zavaleta. Actuación estelar de Hadouken, el perro de Juan Sáenz Valiente.

18 de mayo de 2012

Coger en castellano, episodio en Cinco



Este es el episodio basado en mi cuento "Coger en castellano" que filmó Andrew Sala para la película Cinco.
Siempre me interesan las adaptaciones, ver qué elige el director, qué ve en la historia, cómo hace para convertir las palabras en imágenes. En este caso Andrew Sala eligió, con buena puntería para el cine, darle más presencia a la parte norteamericana, que en el cuento aparece menos. Tiene muchas cosas que me gustan, pero las dejo al criterio de los que quieran verlo. Actúa la nueva actriz fetiche del NCA, María Canale. Abajo va el cuento. 

Coger en castellano

Pedro Mairal

No están desnudas. Pero casi. Algunas sonriendo, o serias en pose hot, o con anteojos de sol, boca abajo en la cama, casi pegándose el culo con los talones, mostrando las marcas del bronceado, o con bombachas de corazones rojos o de estrellitas, en esos cuartos que todavía tienen las cortinas rosas elegidas por la madre. [SIGUE ACÁ]

29 de abril de 2012

Misteriosa Buenos Aires, Mujica Láinez



En este capítulo leo los cuentos de Misteriosa Buenos Aires en el orden inverso y eso me pega raro.
Entrevistados: Ernesto Schoo, Alejandra Laera, Daniel Schavelzon


27 de abril de 2012

Cómo festejar un gol

Pedro Mairal

Pensemos en los distintos festejos del gol. El de Maradona, que corría hasta el borde de la cancha y, mirando a la tribuna, hacía ese salto alto con el brazo en pose de trompada contenida, y quedaba así como suspendido en el aire, como Astro Boy. Después en un Mundial el festejo se le deformó con la efedrina y vimos el grito a cámara, desencajado y rabioso, con algo de venganza.

Hay festejos espontáneos: el avioncito, la caída patinando de rodillas, la sacada de camiseta con revoleo, o ese otro que consiste en treparse al alambrado como un hincha más. Después están los festejos menos espontáneos: el gesto de acunar un bebé, los pasitos de samba brasileña, las vueltas carnero, y esos más elaborados, ensayados y odiosos del fútbol europeo: el goleador corre y se tira al pasto en pose de modelo, o el goleador simula que pesca un gran pez y los demás hacen toda la mímica, etcétera.

Lo habitual es que el goleador corra a buscar al que le hizo el pase, se abracen, salten, después lleguen otros miembros del equipo y se tiren encima, y se forme como una pirámide humana que se derrite y se desarma. En general le agarran la cabeza al goleador, con la mano en la nuca, lo aprietan contra la axila, con gran cariño lo protegen, lo esconden, y el goleador parece catar el desodorante de cada uno de los felices, hasta quedar caminando solo, con la sonrisa imborrable.

Cuando se festeja bien un gol, el yo del goleador se diluye en la felicidad colectiva. Su grito se suma al gran grito. Así festeja Messi, abrazado a los demás. Después da gracias al cielo. Los antipáticos festejos de Cristiano Ronaldo, en cambio, son puro yo, su ego lo hace señalarse el pecho, acá estoy yo, calma, calma, dice con la furia en las mejillas.

Perfil, 27 de abril de 2012

7 de abril de 2012

Alambres 3



Esta es otra tanda de bichos que hago en alambre. Con una intro de cómo surge el ciclista.
Es decir: "El ciclista y la fauna que soñó por el camino".
Acá estaba la primera.
pedro mairal


5 de abril de 2012

El Aleph, de Borges




Juan encuentra un aleph en su casa.
Entrevistados en este capítulo: Martín Kohan, María Esther Vázquez y Carlos Gamerro

24 de marzo de 2012

Los goles de Messi

Pedro Mairal

Ni el argentino promedio con el desprecio siempre a flor de labios, ni el más furibundo negador de la evidencia, ni el más escéptico espectador de fútbol en el bar de la esquina, puede negar que en Messi hay algo prodigioso. En el video de sus 234 goles en el Barça, es interesante mirar no tanto al jugador genial sino a los arqueros. Algunos goles son fusilamientos, disparos de pelota que dejan arqueros amarillos, verdes, negros, celestes y blancos desparramados por el piso en todas las posiciones posibles; otros son disparos de magia rara que dejan a los arqueros de pie, con los brazos colgando, humillados por el sombrerito, la trayectoria aérea de la pelota picada, la parábola perfecta que –como dibujada con guiones por encima del largo de brazos en la máxima extensión del salto más allá de los guantes– termina en gol. Arqueros alcanzados por el rayo paralizante de la calidad. Porque uno ya los ve nerviosos cuando viene Messi por la derecha y empezando a cruzar hacia la izquierda, dejando jugadores desactivados por el camino, y a punto de patear por esa tangente que encuentra justo el hueco entre cinco piernas defensoras, como un túnel que solamente él puede ver, y es gol. Cuando se acerca, los arqueros se ponen en esa pose rara de agacharse, juntando un poco las rodillas, con los brazos abiertos, pose como de gallina enojada, de paralítico en pleno milagro de volver a caminar, y les da una zozobra ante el cataclismo que se viene, hacen como un repiqueteo, un principio de malambo para un lado, para el otro, ¿por allá?, ¿por acá?, gol. ¿Cómo fue? De caño. Gol de caño a los mejores arqueros del mundo que quedan como desnudos, manoseados, algo les pasó entre las piernas, un golazo global y vía satélite, un relámpago y a la vez un papelón en cámara lenta registrado para siempre en los anales del fútbol. Qué feo ser arquero contra Messi. Si estuviera hecho de palabras y sintaxis, ¿cómo sería un gol de Messi? Habría que empezar quizá con palabras extensas y certeras, los pases de otros jugadores, la velocidad normal, la táctica sintáctica del pase corto, buscando el fantasma del gol por la mitad de cancha, el gol que Messi ya vio y por eso empieza a correr como si fuera a llegar tarde al gol ya escrito, y ahí cuando la agarra se acelera el ritmo de la frase, habría que empezar con monosílabos, voces cortas, amagues, ser casi preverbal, medio autista, acá, allá, un, dos, chau, tres, bis, no, no, sí, gol. Algo así, aunque no se pueda. Mejor seguir viéndolo jugar con su facilidad implacable, desmaterializando arqueros.


Perfil, 23 de marzo de 2012


23 de marzo de 2012

Rayuela, de Cortázar

En este capítulo armamos nuestra propia versión de Rayuela y entrevistamos a Fabián Casas, a Sylvia Iparraguirre y Aníbal Jarkowski.

Impreso en Argentina II: Rayuela from Eternauta Dos Mil Uno.

11 de marzo de 2012

El subrayador

Pedro Mairal


En un bar de Belgrano, donde desayuno a veces, siempre encuentro los diarios subrayados en birome azul. Me intrigaba saber quién hacía eso porque son subrayados muy buenos, afilados, obsesivos, a veces mínimos. Voy a ese bar en busca de esos subrayados porque me ayudan a leer el diario con mejor humor y en menos tiempo. No leo tanto el diario, sino que leo lo que el otro señaló. Busco sus marcas en las páginas. Porque, a veces, no sólo interviene las notas sino también las fotos, y lo hace apenas con unas flechitas que le encontré un par de veces señalando una cara en particular entre varias; puede ser un periodista deportivo con una cara imposible o algún ministro de mirada oblicua, en segundo plano. Siempre es revelador. Y encuentra detalles hasta en las bases de promoción, con letra microscópica, donde una vez subrayó la frase “la utilización de técnicas de naturaleza robótica”.

Se ensaña con las noticias policiales. La expresión “darse a la fuga” lo lleva ya no al subrayado sino a circular esa frase entera en la que nunca antes me hubiera detenido. Es muy rara la expresión “darse a la fuga”, como si la fuga estuviera ahí y los delincuentes se dieran a ella, se entregan no a la policía sino a la fuga, a la carrera loca. También le gusta masa de hierros retorcidos, el infierno dantesco, el frondoso prontuario, el accionar policial, la actitud que podría haber acarreado trágicas consecuencias, el nutrido tiroteo, la cuantiosa cifra de dinero, el acaudalado industrial, el disparo mortal, el próspero comerciante, la salvaje agresión, la brutal golpiza, el repudiable atentado... Si aparecen dos veces en la misma página, le pone una mínima cola al redondel apuntando hacia la otra marca. Un artista.

Confieso que a veces le robo cosas para mis columnas. Una vez, marcó un gran titular que decía: “Plan ‘Más vida’ en La Matanza”; una frase que concentra en sí misma la larga historia de violencia nacional. A veces parece irritarlo la chabonización del periodismo, como un titular que decía: “Con una pantalla joya, el nuevo iPad salió a escena”. Por ahí le agrega un acento o una coma a los globos de los chistes. No hace las palabras cruzadas. Hasta que anularon el rubro 59 de los clasificados, se hacía un picnic con los avisos. Me acuerdo de algunos destacados: “Pelirroja bebo toda tu esencia. Madura alemana sin límites. El turco, ex Vélez, llamame”. Y en los saludos y agradecimientos, me señaló uno de los pocos que valía la pena. Entre los agradecimientos al Gauchito Gil y a San Expedito y los saludos de feliz cumpleaños, había un mensaje que decía: Gladys, nunca te quise.

A veces interviene la sección deportes. Le gusta marcar el “un”, cuando los periodistas dicen: con un River que jugó de fondo, un Boca irreconocible, un Racing que parece distraído. Y también: no encontró el gol, el gol se le niega, el anhelo de quebrar la valla. Frases así, que adornan las páginas. También es perceptivo con las sutilezas de los sociolectos: en Clarín señala palabras como chalé o nena, que un diario como La Nación casi no se permite y reemplaza por casa y niña. Todas estas marcas en birome azul son como una lección de advertencia frente a los eufemismos, las frases hechas, los lugares comunes, y una manera de señalar diamantes escondidos en el barro.

Me preguntaba quién lo hacía, quién alteraba el diario de esa manera en ese bar, hasta hoy a la mañana que por un madrugón de trámite hospitalario fui mucho más temprano de lo habitual y lo vi. Ahí estaba sentado, muy encorvado sobre el diario, con su birome azul en la mano. Es un señor de unos ochenta años. La parte de arriba de su columna vertebral está casi horizontal. Lo miré un rato: flaco y sumido, la campera doblada en la silla de enfrente, el estuche de sus anteojos a un costado, un pocillo ya vacío, el vasito de soda que cada tanto levantaba para tomar un trago mínimo. Por fin había descubierto al subrayador. Empecé a preguntarme qué decirle. Estaba muy concentrado, no lo quería interrumpir. Parecía Dios leyendo el diario, sin ningún interés por las tragedias humanas, señalando los detalles intrascendentes, los giros de la lengua, los bordes invisibles.

No le dije nada. Me pareció que lo iba a molestar, y además quizá le arruinaba esa especie de anonimato de su obra maestra de cada mañana. Me levanté y en la caja le pregunté al que parece el dueño o el encargado: ¿Viene mucho ese señor? –¿Aquel?, sí, todas las mañanas. Raya todo el diario, pero no molesta, me dijo. Pagué el café, pasé por al lado del cono de silencio del subrayador y salí a la calle.


Perfil, 10 de marzo de 2012


8 de marzo de 2012

Enero, de Sara Gallardo

Impreso en Argentina II: Enero from Eternauta Dos Mil Uno.

En este capítulo, para convertir a historieta la novela de Sara Gallardo, nos metemos con Juan en el campo.


Taller de poesía 2012

Dentro del poema

Taller de lectura de poesía

Coordinado por Pedro Mairal y Alejandro Crotto

A lo largo de 8 encuentros, analizaremos poemas de diferentes autores como Neruda, Viel Temperley, Watanabe, Fabián Casas y muchos otros. Intentaremos ver por qué funciona cada poema.

Todos los jueves de 19 a 20:30. Comienza el 15 de marzo, en Callao al 868 - Usina Creativa Callao.

Cupos limitados. Inscripción hasta el 14 de marzo.

Programa de cada reunión:

1 Fabián Casas, Sergio Raimondi, Daniel Durand, Ezequiel Zaidenwerg

2 Joaquín Giannuzzi, Ernesto Cardenal, Gonzalo Rojas

3 El haiku, Jack Kerouac, José Watanabe

4 César Mermet

5 Pablo Neruda

6 El soneto, el endecasílabo

7 Héctor Viel Temperley, Néstor Perlongher

8 Poemas sobre animales


Para más información y reservas: tallermairal@gmail.com


29 de febrero de 2012

Tomar las islas

Pedro Mairal


El año pasado entrevisté a Hugo Emilio Sánchez para un programa sobre Los Pichiciegos y me contó que estaba terminando un libro. Lo acabo de leer. Se llama Brilla tú borracho loco, lo publica la editorial Garrincha en marzo. Es la historia de su regreso a Malvinas, 27 años después de haber estado peleando ahí como soldado. Quizá son prejuicios míos, pero el testimonio del regreso de un ex combatiente a Malvinas podría caer en varias trampas emocionales: la solemnidad, el patrioterismo, el rencor, la grandilocuencia, el sentimentalismo. Este libro es todo lo contrario. Su brillo más fuerte es la valentía de su honestidad, su humanidad, su sentido del humor. Y su gran acierto es la decisión de contar esa historia personal en poemas que concentran cada uno un núcleo epifánico y narrativo muy fuerte. Son como gotas que guardan lo esencial de la experiencia, y crecen en la cabeza del lector. La historia se adivina, se entrevé, crece de poema en poema.

Los distintos tiempos –el tiempo de la guerra y el tiempo de la paz– se superponen, se intercalan, con dolor y serenidad, con una calma que parece ser una de las claves del viaje: vivir el silencio actual de un lugar que antes fue atronador; la necesidad no de borrar el recuerdo de guerra sino de contraponerlo a la tranquilidad del presente en la bahía. Dormir en el lugar de las trincheras, pero en paz, bajo las estrellas, sin que nada explote. Con una especie de sabiduría etílica, Sánchez va hilando los momentos del regreso: volver con amigos ex combatientes a tomar las islas, literalmente, con whisky y buenos vinos. Reencontrarse con kelpers, conocer a soldados ingleses que volvieron por el mismo motivo, y dejar que el alcohol devele la hermandad.

Seguí brillando, diamante loco, le pide Roger Waters a Syd Barrett en la canción de Pink Floyd, y en esa euforia vital Sánchez celebra el estar vivo, se arenga a sí mismo a seguir brillando, a seguir viviendo sus contradicciones, haciendo del conflicto (el gran conflicto) algo propio, algo íntimo. Se refiere también a Galtieri, el Teniente General que en su constante curda peligrosa tomaba las decisiones. Brilla tú borracho loco dialoga con el pasado que está ahí todavía: los muertos, los cañones oxidados, la mentira de los noticieros, Las 24 horas de Malvinas, los mundiales de fútbol, la manipulación de los militares argentinos, el maltrato a los soldados. Pero no hay venganza, hay cuentas que se saldan con un poema certero. La amistad de los cuatro amigos que vuelven a las islas es la fuerza que los sostiene para poder atravesar la esfera de fuego de ese recuerdo.

Se están por cumplir treinta años de aquella guerra. El conflicto sigue vigente en las tapas de los diarios. Se escribió, se escribe y se escribirá mucho sobre Malvinas. Pero tengo la impresión de que este libro de poemas de Hugo Emilio Sánchez es lo más verdadero que se pueda escribir sobre la guerra.




Brilla tú borracho loco - booktrailer.

Las cicatrices

Pedro Mairal

Cuando estoy entre peronistas me pongo gorila y cuando estoy entre gorilas me pongo peronista, le dije, citándole medio mal y de memoria la frase de Hebe Uhart. Me pedía que me callara porque quería escuchar. En su laptop sobre la cama, hablaba la Presidenta por cadena nacional. Tiene que haber sido enero de 2012 porque a la Presidenta la acababan de operar y tenía una cicatriz que le cruzaba la garganta. Es zombie, le decía yo para hacerla enojar, y me chistaba. ¿No se habrá hecho un trasplante de cuerpo entero? Sonreía apenas y se concentraba en las palabras de Cristina Fernández, que hablaba del milagro de su cáncer curado. “Mi amante kirchnerista”, le decía y ella me corregía: “Soy cristinista y, además, no soy tu amante”.

Teníamos el ventanal abierto, estábamos de vacaciones en Buenos Aires. Ella me había invitado a su casa, un monoambiente en un último piso con terraza. El tema de la cicatriz nos llevó a mostrarnos cada uno las cicatrices: yo, una larga y rugosa en el antebrazo por el día que atravesé un ventanal; ella, una cortita en el pulgar, cuando quiso separar hamburguesas congeladas con un cuchillo, y otra casi invisible en el tobillo que le hizo su hermano con la bici sin querer. Desnuda boca abajo en la cama, mirando su laptop, giró un poco y me mostró el tobillo. “Acá, ¿ves?” Y siguió oyendo su discurso, dejó los pies en el aire, los cruzaba y los descruzaba. No podía ser más linda.

Las cicatrices derivaron en lo raro de que te abran y te saquen cosas en una operación. Y me contó que una vez lo acompañó al campo a su ex, que era veterinario y trabajaba en un haras. Lo vio abrir una yegua muerta. Ella le tuvo que sostener la linterna pero le temblaba la luz. Me dijo que nunca lo había visto hacer eso y que la sorprendió la habilidad, la fuerza con que él le abrió la panza con un cuchillo filoso y la desmembró en pocos minutos. “Encima es un tipo grandote”, me dijo. No se terminaba de entender si la habilidad de su ex la asustaba o le gustaba. Quizá, las dos cosas.

No era la primera vez que me hablaba de su ex. Cuando todavía estaban juntos y ella vino un par de veces a mi casa, me habló de él. El departamento donde vivían en Monserrat era de él y, si se separaban, ella iba a tener que empezar de cero con su casa. Me acuerdo de que en un acto simbólico le regalé el abrelatas que estaba sobre la mesa. Era abrelatas, destapador y sacacorchos. Me contó que lo tuvo en la cartera las semanas antes de separarse y cada vez que buscaba las llaves lo encontraba con la mano al fondo y lo sentía como una llave para abrir algo que todavía no conocía. Y finalmente lo que abrió no fue una vida conmigo, sino un trabajo nuevo, el alquiler de ese depto en Coghlan, su nueva etapa de mujer soltera de 27 años. Ella no quería estar en pareja. “Nos vemos cuando queremos”, me decía. Yo le puse los ganchos de la hamaca paraguaya en la terraza.

Por fin cerró la laptop, nos abrazamos y sonó el portero eléctrico.

“No voy a atender”, dijo, pero se levantó porque sonó su celular. Se le cambió la cara. Volvió a sonar el timbre de abajo. “¿Quién es?”, le pregunté. “Mi ex, pero no pasa nada, no te vistas, no va a subir.” Igual me vestí. Más timbrazos. Ella fue a la cocina y escuché que decía por el tubo del portero eléctrico: “¿Qué querés?” Reapareció y me dijo: “está subiendo”. “¿Tiene llave?” “No, alguien le abrió.” El veterinario descuartizador de caballos estaba subiendo. Agarré mis cosas. “Subite a la azotea –me dijo– si salís por acá te lo vas a cruzar.” “¿Vas a estar bien?”, le pregunté, y hasta ahí llegó mi valentía. Hice pie en la parrilla de la terraza y me trepé a la azotea.

Arriba había dos tanques de agua y las cajas de cables. Me senté atrás de uno de los tanques. Se veía todo el cielo desde Coghlan hacia el norte. De vez en cuando, aparecía un avión y pasaba a mi derecha hacia Aeroparque. Recibí un mensaje de texto: “Lo traje al bar de la esquina estamos hablando después te abro”. Se fue haciendo de noche. De pronto se oyeron gritos por todos lados, un clamor que me asustó hasta que entendí que había sido un gol. Sonó como un gol atomosférico, fue increíble. Después me enteré de que había sido un gol de Boca. Desde entonces, me quedó una manía: cada vez que meten un gol en el Superclásico, le saco el volumen al televisor y escucho el gol que suena enorme en la ciudad. No me importa si es de River o es de Boca. Lo que me importa es volver a estar por un instante ahí arriba, escondido en la azotea de su casa.


Perfil, 28 de enero de 2012

23 de enero de 2012

Nuevo aviso


A medida que vayan subiendo a Vimeo los capítulos de Impreso en Argentina, los iremos colgando en el blog. Aparecerán a razón de uno por semana (aprox). Muchas gracias al gran Eternauta que los va subiendo.