29 de octubre de 2011

Buscar la poesía

Pedro Mairal

Mañana voy a buscar los libros de poesía que me dejó. Repartió su biblioteca entre sus discípulos, sus amigos. Los libros de filosofía y ensayos a S., la narrativa a G., a mí la poesía. Tengo que ir a su departamento vacío y llevarme los libros. Los tengo vistos: Vallejo, Neruda, Giannuzzi, Dylan Thomas... Es un estante largo. Deben estar también mis libros de poemas ahí. Uno con la contratapa firmada por él. La última vez que lo fui a ver ya no podía hablar, así que hablé yo durante cinco minutos, que era el tiempo que él había adjudicado a las visitas. Le hablé de la efectividad de algunos ejercicios suyos en mi taller, como esa consigna que dice: por suerte, el viaje era muy largo. Le hablé de cómo va el trabajo de recopilación de la obra de César Mermet, le hablé de Entre Ríos, de la mejoría en la salud de un amigo en común y de otras cosas. Fueron siete minutos en realidad. El apenas acotó algunas palabras sin sonido en la voz, me dijo gracias, le agarré la mano y nos despedimos.

Me acuerdo de que ese día me había mentalizado para verlo así, tan horizontal, entonces yo estaba muy vertical, me sentía más alto que de costumbre, más sano y dinámico. Hasta me sentía atractivo, lindo. No sé cómo explicarlo bien, queda medio ridículo decirlo. Pero fue como una defensa. Me convertí en el Pedro más alto para aguantar. Salí de su casa y caminé, alto y hermoso. Mi amigo y maestro se estaba muriendo. Así que yo le tenía que mostrar toda mi fuerza. ¿Sería eso? Le tenía que mostrar que en mí, como en lo otros, algo de él iba seguir en la luz. Sin melancolía. Y es cierto. Incluso ahora que me volví a encorvar, ahora que me siento medio monstruoso y apaleado como un Ricardo III planeando cosas horrendas, ahora digo, algo de él va conmigo, en el envión del castellano, en la manera de sacarle el jugo verbal a lo estático y lo sucedido, la manera de rodear la experiencia hasta hacerla decir cómo fue, qué pasó, cómo era estar ahí en ese instante y metido en la totalidad del tiempo vivo. Se fue sin hacer escándalo, sin hacer bache en la reunión de amigos. En su despedida, se bebió, se fumó y, como corresponde, se habló mal de él durante un rato largo.

Perfil, 29-10-11