29 de mayo de 2011

Meses difíciles

Pedro Mairal

Cuidado con mayo y junio. Son meses de renuncias, no tanto políticas, sino más bien personales. Mayo y junio son los meses del ultimátum íntimo, inconfesado. A principio de año empezaste clases de actuación o te anotaste en sociología, en percusión, en el gimnasio, en pileta, pensando que este año finalmente ibas a lograrlo, este año iba a ser distinto, todo vos ibas a ser un súper vos, más alto, parado más derecho, más flaco, comiendo menos y mejor, te ibas a poner las pilas, este año ibas a terminar la tesis, o el quincho de atrás, este año ibas a cuidar bien el jardín, a pintar, a pasarte en limpio, a sacar la bici, a encarar el trabajo con más ganas, más organizado, más eficiente. Y el comienzo de año ayudó: los meses nuevos, la compu nueva, las caras renovadas en la clase de yoga, el buen clima del fin del verano... Pero algo se cansó, quizá no vos sino las semanas mismas se cansaron, faltó la chica linda que iba a yoga, faltaron otros, una mañana quedaste sólo vos con la profe resfriada, en el trabajo no te aumentaron y te dio bronca ser más organizado y se acumularon los informes sin hacer, llovió mucho en abril y no pudiste pintar ni sacar la bici que ahora está pinchada, te ganó el yuyal, el quincho quedó en planes porque resultó muy caro, la tesis mejor terminarla en verano cuando puedas leer más, el papel de la dieta quedó crucificado con dos imanes en la heladera porque leíste que el yogur diet es cancerígeno, faltaste a pileta por el frío, el profe de percusión era medio mala onda, la sociología no es lo tuyo, en teatro francamente no te ves. Qué lindo renunciar, coronarse con el aura del derrotado, desertar, no ir más, saber que igual la vida empieza a cada rato.

Perfil, 28 de mayo de 2011

26 de mayo de 2011

Epifanía del perro

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César Mermet



Repentino, veloz y sucesivo
terrestre colibrí, cuadrúpedo versátil,
con el vidente hocico el perro
persigue abecedarios dislocados en árboles y muros,
restituye en lecturas instantáneas
un fragmentario texto, evanescentes testimonios
de ausentes persistentes,
descifrando en el aire un palimpsesto,
la pululante estela, la saga tumultuosa
en volvedor olvido,
del numeroso clan que el mundo orina
delectación, saludo, reencuentro a pata alzada
y siembra de aquí estuve,
en numinosos sitios convocantes.

Remonta el perro difusos parentescos,
el linaje, la crónica, el ácido mensaje
de olores solidarios y entusiastas.
Tenaz, certero, el perro sigue
contradictorios rumbos, inspiraciones diagonales;
pero actuando conjura el habitado tiempo,
teje y reintegra una coral figura,
leva un urgente censo
de espectros fraternales que invoca remedando,
y puntualiza, suma, funda especie,
el júbilo en la especie,
y él es la especie rescatada,
toda la tribu, la memoria entera;
y en temblorosa epifanía,
él es total, el uno en muchos
y todos los transitivos en el uno.

Ahora el perro, sentado, se relame.
Altiva la cabeza, rotunda, convencida, iluminada;
magnánima, la sabia lengua pende, rezumando,
y su mirada abarca nada y todo
cielo y perro.
Entronizado el perro en perro,
jadea en plenitud, reposa, lacrimoso,
en la certeza estólida de ser la olida suma,
miríada de olfatos, moviendo las orejas.
Transeúntes, peregrinos,
efímeros, constantes, devocionales perros
en la tarea solemne de dejar anales, memorables zócalos,
patéticas señales, humedades,
en herrumbres, ladrillos y maderas.
Constelación de perros, todos en él, actuales,
todos los obsedidos corredores, presos
en laberintos del olor del aire;
de tensa cola a índigo hociqueo
dorsal flecha lanzada a la pregunta interminable
de ser o de no ser perro en los perros;
apaciguado finalmente, confirmado
en el espejo beato de su olfato crédulo.

He aquí el can ejemplar
que cree que existe por sus semejantes;
por quienes fueron, no fueron, fueron también
confusa dispersión, ávida pista, vehemente inquisición,
hallazgo y gloria;
con húmeda nariz ambulatoria,
a ijares quejumbrosos, trotaron indagando
su secreto nombre en el público olor de los sumandos;
husmeando, de piedra en árbol,
de columna en umbral y de yuyal en derrumbada rueda,
perseveraron, encontraron, fueron
la cierta, la instituida
revelación del cabal perro,
el impetrado en aspersiones, uno
que se conoce perro entre los perros.


10 de junio de 1975


22 de mayo de 2011

Recomendado

Introducción a Marcel Proust. A cargo de Gervasio Landívar.
Lugar: Dain UsinaDuración: 4 encuentros de 1.30 hs cada uno

Fechas: Martes 7, 14, 21 y 28 de junio de 19 a 20.30 hs

Lugar: Dain Usina Cultural Nicaragua 4899 Palermo

Costo: $300 (incluye una copa de vino o un café)

Informes e inscripción: Tel 4778-3554

Mail info@dainusinacultural.com.ar)

Más Info y programa

Informes e inscripción: Tel 4778-3554

8 de mayo de 2011

La cosa literaria

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por Damián Ríos

(leído en la presentación de "The Book of Writers" en la librería Otra lluvia, el 6 de mayo de 2011)


Vuelvo a leer un libro de Elvio Gandolfo y cuando digo vuelvo me gustaría decir más exactamente "volvemos" si no fuera por el carácter generacional que a veces adquiere esa primera persona del plural. Vuelvo a disfrutar del tono, de la estructura, del manejo de las tramas, de las escenas narradas con sensibilidad y elegancia, como hace veinte años cuando descubrí “La Reina de las nieves”, “Vivir en la salina”, “Caminando alrededor” entre tantos otros. Quise ser escritor o tener algo que ver con el mundo de la literatura por esos textos, entre algunos de otros autores que además Gandolfo se ocupaba de promover. Como me pasa desde aquel entonces, es un libro que me pide memorizarlo y pruebo… “Dicen que una vez el Zorro abrió la puerta de un lugar donde se hacía una reunión a la que él había llegado media hora antes, y se encontró ante una desconocida…”. Como me pasa desde aquel entonces con los libros de Elvio, “The Book of Writers” es un libro que hace tiempo que venía esperando y del que incluso había tenido algún adelanto. Como me va a seguir pasando con los libros de Elvio, es uno que me hubiera gustado editar, pero todo no se puede y entonces trato de copiarlo. Además, su autor se había encargado de hablar de “The Book of Writers” en algunos reportajes y el proyecto en sí me interesaba y más me interesaba que fuera él el encargado de escribirlo porque, voy a decirlo ahora, Elvio es el mejor de todos nosotros (después voy a volver sobre este punto) y este es uno de sus libros más personales en una obra, la de Elvio, que está poblada de libros personales, únicos en su especie, siempre corridos gratamente de lo que sus lectores esperamos.

¿En qué especie o categoría me ubico cuando digo “nosotros” o antes cuando quise decir “volvemos”? En una especie, tal vez una raza, que “The Book of Writers” describe muy bien: la especie de los escritores que andamos dando vueltas por el mundo, tratando de componer buenas frases en alguna lengua en la que de a poco vamos adquiriendo destrezas pero que siempre nos resulta un poco ajena y que usamos, con mayor o menor pericia, algo extrañados. La apuesta en “The Book Of Writers” es elidir los nombres propios para desnudar los sistemas literarios, sus modos de funcionamiento, sus procedimientos, el modo en que los integrantes de esa especie “triunfan” o “fracasan”, sus grandezas y pequeñas miserias, en suma, para acercarse a los miembros de esa especie con ojo de escritor, de crítico, de periodista, algunas de las cosas que es Elvio, sin el peso del chisme; más bien, para ubicar al chisme en el mejor lugar de la literatura: aquel en donde el nombre propio no importa porque importa el sistema que hace funcionar y en el que funciona. Gandolfo se vale de un título en inglés y de la elisión de los nombres propios para acercarse mejor a la cosa literaria, eso que es tan difícil de definir pero que termina dándonos un destino y una razón de ser en un mundo a lectores y escritores, aunque ese mundo esté reducido a unas pocas personas e incluso a algunas pocas cuadras, cuyo carácter se nos escapa una y otra vez y que nos resulta misterioso.

Se podría decir que son historias gandolfianas, y si aceptamos eso, tenemos que decir que “Acto de desaparición” y “El juguete roto” están entre los mejores relatos que se pueden leer en narrativa en estos tiempos. Precisión, lenguaje, tensión, mirada: todos recursos admirablemente manejados que se ponen al servicio del arte de narrar en un nivel al que sólo de vez en cuando se llega y a veces no se llega nunca. Aunque en este libro, Elvio Gandolfo nos muestra que se puede llegar si se siguen unas pocas reglas que uno mismo se impone, y si uno también sabe abandonarlas o romperlas, siempre y cuando esos movimientos sean, o parezcan ser, absolutamente personales. Reglas que no se oponen a las modas pero que por efecto de su capricho parecen pensadas por afuera de la corriente y, como en este caso, hablan mejor de los sistemas, de los ambientes, sin ironías. Por ejemplo, para hablar y pensar mejor a la especie de los escritores o escritoras es mejor no nombrarlos. Por eso Gandolfo generaliza cuando habla de “Fulano”, de “Universidad de Lovaina” o de la revista “Línea clara”: truco para ahorrar esfuerzo y pegar mejor y con fuerza en el medio, en lo que importa. Por ejemplo, hablar de un Fulano diciendo (necesito citar): “Lo curioso era esto: yo entraba a la librería y él estaba en el mostrador, un tipo común, de lentes, no demasiado bien vestido. En otras palabras, a su manera, con diferencias de todo tipo (de formación, incluso de repercusión) un tipo como yo, un tipo como uno. Así que nos veíamos, y con cierta recatada alegría decíamos: ¡Fulano! ¡Mengano! Y después: cómo estás, cómo andás. Pero luego, casi al instante, aunque sin dejar de colgar una o dos frases en el aire sobre un libro o un autor reciente, él empezaba a irse, sin irse del todo al principio, pero yéndose al fin y al cabo bastante rápido (digamos diez, quince segundos). Ya no estaba.”

Cuando muchos de nosotros empezamos a escribir o a leer, los libros de Gandolfo ya estaban y habían estado antes sus reseñas, las revistas que había fundado y dirigido, sus prólogos, las colecciones que dirigió, sus traducciones, y si tenemos que hacer un conteo de la cantidad de escritores a los que de alguna manera se ha referido en esas labores suman varios centenares: miles de páginas rigurosamente leídas y tratadas con inteligencia. El nombre de Gandolfo está de alguna manera constelado en esos escritores. Como siempre fue curioso, trabajador y generoso, a veces parece que hubiera escrito sobre todo lo que importa o importó leer, y siempre que alguien se “consagra”, “llega”, uno se acuerda de una nota de Elvio, de hace mucho. Ya está, entonces: hay que decir que Elvio hizo mucho por poner en circulación o ayudar a poner en circulación nombres propios de nuestra y de otras literaturas. “The Book Of Writers”, entonces, narra el modo en que funcionamos, el sistema que contiene, y eso quiere decir que habla de nadie en general y de todos nosotros en particular, y lo hace de una manera hermosa –a veces pasan cosas hermosas, a veces se publican libros hermosos- porque la literatura de Elvio Gandolfo lo es.






2 de mayo de 2011

Hoy cometí todos los cliches de la paternidad contemporánea


Santiago Llach

Leí las secciones de política y economía de los diarios,
pasé a buscar a Fiona y a Benicio por lo de mi ex mujer,
tomé por asalto una colita de cuadril
y hurgué en el fondo de un pote de helado de Freddo
para contribuir así a la edificación de esta panza homérica,
dormí una siesta en medio del leve trajín pascual de una casa en Florida
y compré unos bonos externos
a bordo de un bote a pedal en un lago de Palermo.
Ahora los chicos se durmieron
y en la unidad básica de Talcahuano sordos ruidos se oyen
de motores y de acero:
son las huestes metalmecánicas del Novotel de al lado
que no regala ni banda ancha
ni un poco de paz en la noche del centro.
Nada. En el último partido del domingo
empatan Racing y Argentinos, y yo también.
Me libré de las garras del mal
pero no escribí la gran novela de la época.
De todas formas, dormir no está tan fácil.
Soy el guardaespaldas de mis guerras íntimas,
ya hubo muchas noches así, y vendrán otras tantas.