30 de enero de 2011

Verano en la ciudad a bordo del 160

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por Marina Kogan

De marzo a diciembre, en el colectivo 160, se ven jóvenes con carpetas de dibujo, chicas con su indumentaria diseñada, lentes de cine independiente, maquetas de edificios soñados, y sueños con plantas, organismos, estrellas y teorías matemáticas.
También, jóvenes que esperan terminar el ciclo básico con algo de ansiedad por empezar su carrera y estar enserio en la facultad.
O no. Jóvenes que simplemente van y vienen y ven por la ventana del 160 (A) cómo pasan los días entre el Río de la Plata y los aviones de Aeroparque.

Entre enero y marzo, alrededor de las siete de la tarde, en el 160, olor a transpiración mezclado con el cloro de una pileta masiva, musculosas y bikinis, ojotas para todos, piel bronceada y lentes de sol. Chicas sueñan con chicos mientras ellos las miran pasar antes de sumergirse en el agua y por qué no unos besos, entre conversaciones que quizá empezaron al sol, en el borde de la pileta, entre mate y mate de un termo que se termina en el colectivo, antes del saludo que los despide cuando uno tiene que bajar.
O no. Jóvenes que simplemente van y vienen y ven por ventana del 160 (A) cómo pasan los días entre el Río de la Plata y los aviones de Aeroparque.

27 de enero del 2006

26 de enero de 2011

Poema XXVIII de Trilce

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César Vallejo

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.


A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.


1922

13 de enero de 2011

Palermoma

Pedro Mairal

Una amiga tiene en Palermo un departamento de dos ambientes y terracita con hamaca paraguaya y estrellas. A veces se va y me lo presta. Yo, parasitario, me instalo y soy feliz por unos días. El único problema que tengo en esa zona es la comida. En uno de los lugares con mayor concentración de restaurantes por cuadra, no se puede comer. Todos son bares de diseño, con mozas minimalistas que están pensando en su último parcial. Todo Palermo quiere ser un restaurante del MOMA.

Paren. No metan el yo en la gastronomía. No metan la pretensión socio-artística en algo que tiene que ser honesto y directo. Den de comer. Tuve que deambular buscando no sabía bien qué, perdido. Había un lugar que en vez de menú tenía unas boletas como las de votar con el nombre de los platos. No me causó gracia. No es mala onda. Es diseño-fobia. Mi estómago no es conceptual.
El único boliche que conocía por la zona es el Club Eros, un restaurante de barrio auténtico, pero estaba repleto, había cola, porque los argentinos –o los extranjeros que llevan en el país más de dos semanas– no son tontos. Se dan cuenta dónde hay comida. Los barcitos y restós con decorado de Sex & the City están vacíos. A veces, adentro hay dos amigos del dueño que van a hacerle la banca. Caminé mucho entre gente semidescalza que hablaba de primeros planos y cosas así. Cineastas con rastas, cinerrastas.

Al final en Gorriti y una después de Uriarte (para el lado de Juan B. Justo) encontré una parrilla real. Me senté en las mesitas de afuera y sin mirar el menú, pedí una tira de asado, una mixta y un porrón de cerveza. Qué felicidad: la panera de plástico rojo, la aceitera y vinagrera pegajosas, la bandejita de aluminio ovalada con la carne, el vaso de vidrio grueso que parecía un vaso de vidrio, el Tramontina con mango negro de plástico, el precio justo, el mozo con buena memoria. Comida para el hombre solo. Gracias, le dije al mozo cuando me iba, pero no sé si entendió a qué me refería.


(Perfil, 8 de enero de 2011)