13 de diciembre de 2010

El hombre polar regresa a Stuttgart


Contratapa de El hombre polar regresa a Stuttgart

por Silvio Mattoni

Si fuera un lector real, atolondrado, diría: “El hombre polar es el mejor libro de Cucurto”. Y como sí soy un lector, también esa impresión del libro es verdad. Aquí el lenguaje tropical ha retrocedido un poco, porque han llevado a nuestro héroe al corazón de Europa, donde el sol no calienta. Pero el viaje le templa la voz y hace más fuerte la sinceridad, esa ilusión de decir algo que hace vivir un poema. En este caso, muchos: cada uno memorable. Chocan al principio entre sí las imágenes del mundo embellecido, a la vez antiguo y superdesarrollado, de una Alemania boscosa y urbana, contra lo que trae adentro un joven escritor sudamericano. La poesía le dice: “sacá todo, no dejés nada sin observar, ganá lo que puedas y multiplícate, agarrá la ocasión de los pelos…” Aunque a veces la melancolía, como una contradictoria niebla que abruma al bosque desconocido, llega hasta el ánimo del que escribe. Pero sigue escribiendo; los versos son su estufa inmanente, interior. La memoria le dicta las historias familiares, las interrogaciones al padre, el amor a los hijos. Un poema sobrevive porque llega a transmitir esa ilusión de que la vida continúa. Hay quiebres y catástrofes, pero la vida sigue. La poesía también. Cucurto, más todavía. Incluso nos canta un homoerotismo reinventado que sacude toda la historia de la vieja literatura, desde los griegos hasta los futbolistas atildados, pasando por los niños de barrio en su infinita variedad. El regreso de Cucurto, como un ataque nuevo, otro asedio a la ciudad cualquiera, celebra con mil efectos de ternura y tragedia, de plagio amoroso y destrucción, la supervivencia de un poeta auténtico en un mundo clasificatorio, al que en el fondo redime, poniéndole otro polo. A partir de entonces, el trabajo revela su inutilidad en última instancia, y se destacan los lujos, los adornos, o sea la poesía, como lo único necesario para sostenerse vivo. Si estamos muertos, ¿para qué querríamos una heladera llena? Si un hijo se enferma, ¿de qué nos sirven las palabras? Preguntas a la confusión de lo real, núcleo activo y movedizo de estos poemas, que vale más que todo orden de lenguaje.