4 de marzo de 2009

Condenado a siempre comenzar

por Daniel Durand

Pienso en poesía y en poemas y mentalmente
construyo oraciones dentro de alguna elucubración
teórica del momento que enseguida se desarticula
y desaparece mutando en otra agitación diferente…


como


“crúzalo al mar al biés” es un prurito barroco
en una piel de observación común y descriptiva.

mi pobre gran cactus de la entrada trata
de echar raíces en el escalón de mármol…

búsqueda del haiku de eso…

el cactus
busca entrarle
al mármol


hacerle cosquillas ahí en las carnecitas de la entrada
con la legua en puntín y poniendo en esa lanza la energía del toque
unas cosquillas apenas de ultra suave contacto y deslizantes
que hacia el vagar eléctrico impulsen alaridos vivoreos
zigzagueantes entre neuronas y tejidos y partes
rincones de hueso blanco y resbaloso.

La industria debe tender a producir objetos duraderos!

Es muy fácil producir un calzado eterno para una persona…
bueno… lo que es un zapato a medida
hechos por un experto.
A mis zapatos ortopédicos de niño deforme
los hizo un viejito de Colón,
hasta su casa viajamos para que me tome las medidas,
desde ahí usé zapatos ortopédicos pesados irrompibles,
desde los 11 a los 16 y así me salve de que me operen de los pies…

Unos golazos terroríficos, le daba con todo
De puntín con los zapatos
Contra el arco pintado en la pared
Del Ateneo infantil de Concordia
Reventaban los pelotazos contra el muro
de mis patadas ortopédicas,
mojábamos la pelota en la canilla
para que se vea bien donde había pegado,
era divino Dejar cimbrando
la columna de hierro del tablero de básquet.

Primero prohibieron patear de punta,
igual se las metía todas porque estaban asustados,
después prohibieron jugar con zapatos
y ahí si quedé afuera…

Mi mamá fue a hablar con la directora del Ateneo,
a decirle que yo solo podía ponerme los zapatos ortopédicos
porque tenía los pies sin arco casi para operar…

Volví a la canchita y nadie me marcaba
los ortopédicos eran de hierro y quebraban
les quitaba la pelota y la estrellaba
adentro del arco pintado
sobre el paredón trasero de la iglesia capuchina

Los otros chicos dejaron de ir al Ateneo
y yo nunca aprendí a jugar muy bien al fútbol.