12 de septiembre de 2007

Acerca del grosor de lo humano

(reflexiones y puntos de vista en torno de “El Trabajo” de Aníbal Jarkowski)

Por Gustavo Ferreyra

Si uno se mueve en cierta dirección va adquiriendo un sesgo desde el cual el grosor de lo humano va decreciendo. Queda la lámina, la lámina que sólo puede habitar un mundo puramente visual. Un mundo para ver y un mundo que eventualmente puede mirarte. Las láminas parlantes de los medios, bellas y ejemplares en su ausencia de grosor.
¿Y si todo se va haciendo lámina? Si aun lo feo y lo desagradable y lo desvencijadamente triste se hace lámina? Estos interrogantes parecen subyacer en El Trabajo, la última novela de Jarkowski. Novela extraña si las hay porque justamente los personajes ya están resignados desde el vamos a ser láminas. Láminas en escenarios porque ya no hay más que escenarios en esta realidad bidimensional. Oficinas, dormitorios, la misma calle no son más que escenario para las láminas. Los cuerpos se han desvanecido y no queda más que su representación. Pero representando al cuerpo lo refutan. Y en tanto láminas los personajes se niegan a hablar. Todos sin excepción. No porque sean lacónicos ni porque guarden una sabiduría ancestral ni tampoco porque se resuelvan en el hacer, se niegan a hablar porque son láminas. Apenas si dicen frases de dos o tres palabras. No tienen fuerza para nada más.
Las láminas –entre ellas Diana, la protagonista- buscan trabajo. Son bien conscientes de ser láminas y están resignadas a ello. Diana encuentra trabajo como lámina. Vive como lámina, o sea no vive (en el sentido que no es un sujeto acabado) sino que transcurre por el espacio de una ciudad. El yo de la novela, un personaje, es el que debe registrar el acontecer de las láminas y su ser sujeto parece estar en otro tiempo, cuando era escritor. Existe otro tiempo en donde todos ellos pueden ser sujetos y no láminas pero no es el tiempo de la novela. Como si existiera un tiempo subterráneo, que corre por debajo de la novela. Un mundo de sujetos que hubo otrora, que corre por debajo y que eventualmente puede reaparecer en el futuro. Podemos sospechar incluso que cuando Diana va a convertirse en sujeto por la fuerza de los hechos, desaparece de escena y por lo tanto la novela termina.
Novela hipermoderna, cool, para nada elegante sin embargo (y que hasta podría confundirse con una novela erótica aunque no lo sea en absoluto) se mira, es decir, se lee, con la extrañeza que provocaría un tropel de feos y sucios irrumpiendo en el mundo de la moda. Novela realista, de un realismo tenue como la más tenue de las láminas, pareciera aspirar a su pesar a lo profético. Tal si, sin saber cómo, deslizándose el mundo en patines que ya no puede arrancarse de sus pies, llegara a la helada superficie de un espejo. Las chicas en el mundo (porque es más bien una novela de “chicas” que tienen que ganarse la vida) y el mundo en el frío espejo.
Jarkowski, que es el escritor detrás del escritor, sostiene el espejo para las chicas que se desnudan de ropa y al mismo tiempo de humanidad. Es sin duda paradójico que la desnudez y el cuerpo se hayan convertido en artificio, en pura imagen, en pábulo de lo inhumano, como si el cuerpo (al que, según Nietzsche debíamos aferrarnos) deshumanizara al hacer desaparecer al mismo tiempo al sujeto. La moda, la imagen, el cuerpo de las chicas, lo bello y su remedo, tal como en el burlesque (cuyo mundo articula la novela) el remedo de lo refinado se convierte en patético. Ya en las novelas anteriores, en Tres y en particular en Rojo Amor, Jarkowski había unido mundos diversos (Chanel y el proletariado, por ejemplo) y es en este trabajo de amalgama en donde su perspicacia de escritor revela las mejores sutilezas, los más paradójicos contrapuntos.
Sin las virulencias y la brillantez de Rojo Amor, más contenido también, tal vez más escéptico con respecto a la literatura, no menos talentoso, Jarkowski levantó su frío espejo para mostrarnos (deleuziano) que lo sexual y lo social son una misma y sola cosa.

2 comentarios:

Cosima dijo...

Muy buena la reseña. Me dieron ganas de leerlo.

Estrella dijo...

Supongo que sos el autor de Vertice, novela que le� en un mal momento de mi vida y que me dej� m�s muerta que viva. Me gust� mucho, pero cal� demasiado hondo.