18 de marzo de 2007

Capítulo I de "Chamamé", de Leonardo Oyola

(Editorial Salto de Página, Madrid, 2007)



NUNCA EMPIEZAN.
Explotan.
De una.
Así son mis sueños.
No sé lo que es dormir tranquilo.
No sé lo que es descansar si no me tumba una botella de J&B.
Y desde la mejicaneada del Pastor Noé, cada vez que cierro los ojos, se repite el mismo.
Una y otra vez.
O más o menos.
Nunca empieza.
Explota.
De una.
Así es en mi sueño.
Primero las palmas de las manos pegadas.
Como si estuviera rezando.
Después las separo para abrir una cortina de eslabones que tintinean al moverlos.
Entro al Mogambo.
Al último cabaret de Misiones.
El último kilombo del país antes de cruzar la frontera con Brasil.
Entro a un infierno, no el infierno, y me encanta arder.
Prenderme fuego mientras salameo con las más veteranas.
Azucena, Samantha y Claudia.
Hacer que sientan el calor, mi calor, también las más pendejas.
La Eli, la Romina, la rubia Jesica y la Monika con K.
Nunca empiezan.
Explotan.
De una.
“Las chicas”.
Menos la Romi, las demás se me tiran encima para ver con cuál me voy a ir a la pieza.
Y sé muy bien que me/nos buscan en patota, para que entre tanta franela, Samantha o la Eli, que son madre e hija y que son las que saben, te metan mano sin que las sientas, para birlarte la billetera.
Nunca empieza.
Explota.
De una.
Esa canción que ya tiene sus años.
Y aún así me hace mover.
Corte que nunca puede ser rocanrol las 24 horas, Guns ‘N Roses.
Y muestro la hilacha, sí, con el one hit wonder de Corona.
Te caga a tiros, así nomás, el “…this is the rythm of the night, of the night, oh yeah! the rythm of the night... this is the rythm of my life, my life, oh yeah! The rythm of my life...”.
El ritmo de la noche que marca la voz de esa negra.
Un pulso al que se le hace caso sí o sí.
Y yo, no me puedo resistir.
Ni a la canción.
Ni a la Jesica.
Nunca empiezan.
Explotan.
De una.
El resto de las trolas se enojan porque me voy con la rubia.
Protestando, preguntan ¿por qué siempre a la Jesica?
Y yo sonrío y me callo que la concha de la Azucena, además de estar cada vez más seca, huele a mango.
Que la Claudia es peor que ver a China Zorrilla fingir un orgasmo.
Que la Monika con K tiene una espalda más ancha que la mía.
Que Romina no para de llorar cada vez que le intentas poner una mano, que te pide ayuda para volver con su familia.
Y que Samantha y la Eli, antes que putas, son pungas.
Nunca empieza.
Explota.
De una.
Ese verso de la canción.
Esa frase que alcanzo a traducir.
Más allá de que mi inglés arranque con “where is the cat?” y termine con “the cat is under the table”.
Entiendo muy bien esa frase.
Esa puta frase.
“¿No querés que te enseñe como aprender a amar?”, pregunta Corona y sonríe la Jesica, señalándome el catre con el mosquitero encima.
Nunca empiezan.
Explotan.
De una.
Las ganas que tengo de dejarla desnuda.
De arrancarle la minifalda y el top.
De ver cuánto más pueden aguantar sobre su piel el corpiño y la tanga.
Jesica es rubia como su tocaya, la Lange, la actriz de cine.
La mina por la que King Kong cagaba fuego.
Mi viejo me había llevado al cine a ver la película del mono tremendo.
Cuando terminó la proyección, con el Rey Kong muerto después de haberse bancado el tableteo de helicópteros de combate, papá me dijo, y nunca lo voy a olvidar: “Manuel, aprendé muy bien lo que vale una rubia”.
Nunca empieza.
Explota.
De una.
Mi ira.
Mi furia.
Cuando descubro que en la barra está tomando una ginebra el Pastor Noé.
A veces le hago mierda la sabiola desde donde estoy.
Otras me acerco hasta apoyarle el caño en la nuca, que sus ojos y los míos se encuentren en el espejo y ahí recién gatillo.
Y por lo menos una vez, lo palmeé en un hombro, saludándolo con un “¿Qué hacés, sorete?”.
Me senté al lado, y antes de que abriera la jeta, le puse el corchazo en la frente.
Nunca empiezan.
Explotan.
De una.
Cuando todo es al revés.
Cuando el que termina con una bala en la cabeza… soy yo.
Antes, me la cojo bien a la rubia, eso sí.
Le garpo y en pelotas me voy a tomar algo a la barra.
A veces es un Tequila Sunrise.
Más son los Bloody Mary, bajo una luna de Cherry, pero sin Prince.
A veces llego a escuchar el ruido del disparo… y veo los vidrios del espejo caer en cascada sin alcanzar a reflejarme mientras yo también me voy para abajo.
Esa es otra canción.
I’m going under
Drowning in you
I’m falling forever
Todo en cámara lenta…
Otras veces, llega el Pastor a apoyarme la punta del Hermano Fal o el filo del Pastor Jiménez en el cuello.
Después veo cómo todo se tiñe del rojo de mi sangre.
Profunda la herida mortal.
Profundo el rojo.
Y por lo menos una vez, Noé se sentó a mi lado, nos miramos los dos en el espejo, y ahí el Pastor me confesó que Dios le hablaba como lo había hecho con Abraham, Isaías y Moisés.
Porque... This is the rythm of the night.
And this is the rythm of my life.
Oh, yeah!
The rythm of the night...
Entonces explota el espejo.
Y los dos nos sacudimos hacia atrás.
Explotan también las putas.
De a una.
Azucena, la Claudia, Romina, la Mónika con K y la rubia.
Solo Samantha y la Eli revientan al mismo tiempo.
No quedan ni los taco aguja.
También explota el Mogambo.
Explota Misiones.
Explota el país.
Explota el mundo.
Explota la luna.
Explota el sol.
Explota Noé.
Exploto yo.
Y me despierto, empapado en mi transpiración.
Y lo que más me rompe soberanamente las pelotas, es que esto solo haya sido un sueño…
Un sueño que…
Nunca empieza.
Explota.
De una.