27 de febrero de 2007

Con una cuchara

Está lloviendo pero hay tipos que tocan así.

Buscar poemas con cucharas: uno de e.e. cummings, otro de vallejo sobre el miliciano muerto pedro rojas...

P.D.: y el de lorca (gracias Zaidenwerg), el de neruda (gracias anónimo).

El que toca es el sudafricano Hannes Coetzee

26 de febrero de 2007

Largada


Es a propósito
Lectura
Clara Muschietti / Eloisa Oliva / Natalia Moret /Mariano Blatt / Laura Lobov
Música: Maria Ezquiaga de Rosal, versiones acústicas
Jueves 1 de marzo a las 21 hs

C.C. Pachamama - Argañaraz 22 esq. Pringles y Estado de Israel
Precio Cero

21 de febrero de 2007

Flash Informativo: Temblores en Hurlingham

por Rodrigo (de Fideos con manteca)


Lo que pasaba en Hurlingham en esos días era un quilombo (como contó un geólogo en el noticiero) relacionado con la actividad volcánica. Eran pequeños temblores de 5 segundos cada media hora; como si la tierra estuviese a punto de parir elefantes. De ahí los choques, las caídas bruscas y una conducta histérica que disminuía a medida que pasaba el tiempo -la cosa duró bastante, de un lunes veinticinco a un viernes veintiocho de mayo.
Parece ser que chocaron unos 250 autos y las pérdidas en el municipio superaron el cuarto de millón de pesos. Todo esto sin contar los daños causados a las familias humildes, los cacos, que tuvieron que ser desalojadas por peligro de derrumbe y ser enviadas a alojamientos temporales en Pehuajó.
Los choques más fuertes fueron el de un Hundai con una F100 que quedó incrustada en un salón de fiestas infantiles, con 8 muertes; el de una Traffic modelo 1992 con un Renault 12 y dos motos en la esquina de la plaza, donde 9 de 10 cuerpos fueron encontrados carbonizados después de las nueve horas de trabajo de los bomberos entre los escombros; y un poco más al fondo, un 182 con un poste de luz y un Peugeot 206 que estaba estacionado.
El del 182 fue uno de los más terribles: el colectivo después de chocar con el auto estacionado y perder el control, cayó en el arroyo Morón. Treinta personas quedaron heridas y veinte perdieron la vida, entre ellas una familia de seis hermanitos de origen peruano que no pasaban de los 14 años.
Habían personas que salían como cañitas voladoras por el parabrisas y una tormenta de viejas que se desnucaban en el piso. Los temblores también derrumbaron puentes, carteles y árboles, cortando cables y partiendo el asfalto en dos.

A las tres de la madrugada del martes le tocó a un flaco en un Falcon y a una flaca en un Ford Ka en Roca, en una esquina. El del Falcon estaba dibujado y con los ojitos para arriba del escavio que tenía. Después del choque, asustado, salió corriendo como para el lado de Morris. El Falcon fue remolcado a las 7 horas AM.
Dicen que la mina del Ford Ka sangrando se sentó en el cordón a llorar y a esperar un abrazo: eran gambas aturditas por la puertita del auto, unas botitas rojas largas a cuchillazos, era tan un pan dulce campeón, tan en un jeans y hombros, tan de multi fruta Kirsten Dust y Scarlett Johansson: ella parecía vulnerable, volaron varios a mostrar su cuidado. Veintiséis de las quince personas que estaban sentadas en un bar se presentaron en la comisaría llevando en brazos a una guachita de desorbitantes formas y curvas blancas de chicle histérico y una garganta de jirafa que se la untamos y purgamos con guasca y transpiración hasta el recto; le hicimos que nos sacara el cuerpo por la jeta a cajetazos y la hundimos a escopetazos devotamente hasta clavarla en nuestras primeras pajas, hasta hacerla volver 30 años atrás.

Seis de los policías de la comisaría fueron destinados por el comisario para acompañar a la comitiva por las calles de Hurlingham en dirección al Hospital.

17 de febrero de 2007

Problema


Me dijo que le rompió la cabeza cuando iba en la bici. Ella iba con la espalda derechita como una tabla de planchar. Le gritó algo por piola, pero no lo escuchó. Se colgó mirando como quien mira a una hoja en blanco. La sacó a los dos días. Ella era la piba que laburaba en Tercera Docena, pero no tuvo que comerse más de media docena de empanadas; sólo un sábado, nada más que un sábado para ganársela. Yo estuve ahí con él y me reía también de las giladas que decía, campeón. Primero le dijo algo sobre el afiche de Tercera Docena -casi dos metros de afiche, luces de laboratorio- de un pibe que masticaba también una empanada. Él hacía gestos. Ella respondía. Se hablaban con la unidimencionalidad con la que un tipo entiende a una stripper que se saca la ropa, pero sin que corra el dinero. Después empezó a pasar todas las noches para acompañarla a la casa. Eso antes lo hacía la madre. Él tiene toda la pinta. La mina también es linda. Entonces se enamoraron. La madre un ángel.

Los vi en año nuevo abrazándose por el pasto sucio que bordea las vías, perdidos por los últimos cohetes y el gustito pastoso y de madrugada del vino y el asado; él en cuero, ella en todo él, únicos y tan hermosos que hasta parecían haber llegado varios días atrás, tal vez meses. Yo sentí escalofríos. Se besaban neoplatónicos pero por plebeyos y trabajadores eran serenos, luego agnósticos.
Después de casi dos meses, ese primero de enero, era la primera vez que hablábamos y estábamos tan felices y coloridos de vernos que quedamos en ir a un campamento que organizaba un amigo, un campamento en Córdoba con unas treinta personas del barrio.

Las parejas en el campamento se peleaban y parecían coches gasoleros largando humo negro por el caño de escape. Es fácil: basta con imaginar a dos o tres parejas lavando los platos, las manos de la novia en el detergente y el novio al lado sufriendo machista la lepra cotidiana, y otras tres parejas fingiendo estar en la película más cursi y cochina de toda la historia del cine. Ellos no. Ellos le sacaban el corazón, le exprimían el jugo a cada segundo. Mirarlos era imaginarse una ecuación matemática siendo narrada como un cuento por una voz grave y solemne, un tablero de ajedrez arrasado con sólo dos reyes jugando a darse mate o -tal vez más fácil, pero más injusto- escuchar un zumbido constante que no varía de tono ni de intensidad.

Supongamos que el que está tratando de entenderme es una de esas personas que se inclinan a imaginar este tipo de situaciones con explicaciones de dimensiones tímidamente bíblicas, anglicanas y posmodernas. Entonces estaría pensando que todo esto se trata nada más que de mormones, o de extraterrestres, o de idólatras satánicos, o de algún otro tipo de explicación fantástica que no vale la pena seguir ejemplificando. Para nada. Lo primero que hay que descartar es la religiosidad hiperbólica. Ellos explotaban como escopetazos pornosoft todas las noches y yo los escuchaba al lado y deliraba de risa o de algo parecido, pero no me los imaginaba pegándose pedazos del cuerpo con poxipol, cuando transpirados, se sentían rotos de tanto garchar. Tal vez esto hubiese sido lo que él o ella estarían pensando ahora si estuviesen escuchando lo que relato, y pensarlo así, más que confundir, ayuda a entender mejor lo que pasaba de especial con esa pareja.
Yo –fácil- delirando por esa curiosidad que me tiraba cada dos minutos todos los nervios de la médula y al mismo tiempo daba ganas de escupir. Al cuarto día de escuchar los disparos, me atreví a asomar la bochita por el nylon de la carpa de la pareja. Tanto me atreví que pude verlos -apenas cubiertos por una bolsa de dormir- a él arriba de ella moviéndose como si estuviese rompiendo adoquines, y a ella recibiéndolo y apretándolo y dando suspiros largos, con las piernas a lo alto y rígidas como un autoelevador. Miré por unos segundos hasta que alguien –el cobani del camping- me chifló y salí corriendo para el lado de mi carpa.

Al día siguiente todos estaban preocupados por los bolsos. Corrió la bola de que habían personas –lugareños, cordobeses que nos confundían con porteños- que venían desde la sierra a robar bolsos y billeteras. Con esto hay que sumar al amor del resto la paranoia que produce el aburrimiento y la mala leche. Estábamos como en Lost, pero con una dosis de Verano del 98’ que hacía que los días pasaran rengos uno empujando a otro.
Todos así, menos ellos –olímpicos-, que seguían encajando hasta el infinito.

16 de febrero de 2007

Castaneda revisitado

por Fabián Casas

El nombre de Carlos Castaneda lo escuché por primera vez en un aula de la facultad de Filosofía y Letras. Estaba en un teórico repleto del profesor que daba Introducción a la Antropología. El hombre –bajo, entusiasta, muy buen orador- discurría sobre su tema cuando fue interrumpido por un psicobolche que le preguntó qué opinaba sobre los libros de Castaneda. El profesor pareció perder la postura, hizo silencio y, después, largó una diatriba encendida sobre lo que él consideraba un chiste, una estafa que estaba muy lejos de la ciencia antropológica. Castaneda, nos quedó claro a todos, era un farsante que ponía nervioso a los antropólogos que no comulgaban con sus métodos de trabajo. ¿Pero cuál era su famoso sistema? Yo en ese entonces no sabía nada del aprendiz de brujo. [SIGUE ACÁ]

14 de febrero de 2007

Soy tu fan

Gaby Bex clava dos hits: Puta adolescente y Palpito papito. No dejes de escucharlos. El Sr. de Abajo los recomienda y se queda cantando bajito los versos que se le quedaron pegados al cerebro: ...a ver si la sabes clavar? / aprendé a castigar! / tu guitarra no me asusta / mejor agarrá la fusta...

12 de febrero de 2007

Tribulaciones de un mago

"Con la mano dentro de la galera de pronto el mago no puede evitar preguntarse qué pasaría si en lugar de ser niños, los que lo estuvieran mirando fueran conejos, y lo que él sacara de la galera fueran niños". [LEER MICRORRELATO DE RICARDO ROMERO EN PERFIL]

11 de febrero de 2007

Permanencia bajo el arce

por Fabián Casas

Es difícil acercarnos a un poema sin aplicarle la sombra que depositamos en todo lo que intentamos conocer. Pero para bien o para mal, hay algunos a los que volvemos insistentemente: nunca terminan de cerrarse, siempre nos están diciendo algo distinto, dependiendo, a veces, del contexto en el que los leamos o los recordemos. Tal vez el poema cifre una parte central de nuestra vida y, a la vez, también en él esté concentrado buena parte del pathos total de la obra del poeta admirado. Un poema como un corazón de energía que atrae y dispara, metabolizados, los materiales retóricos.
Rosebud, de Jorge Aulicino, del libro Paisaje con autor, es probablemente el poema al que más veces he vuelto en mi vida una y otra vez. Tengo muchos motivos para eso. Por un lado, leer ese libro –al que entré por esa poesía- me llevó a conocer una forma nueva de escritura. Seca, metafísica y emotiva, pero no sentimental. Una escritura que, en términos Montalianos, no dejaba de lado lo esencial por lo transitorio. Y que también tenía una cierta épica de aventuras –al estilo de Conrad- , pero aventuras menores, que podían suceder en el interior de un pisapapeles. Era, también, una poesía con respiración de prosa.
Para los que habíamos aprendido a leer con la dictadura militar y -por debajo de la alfombra- con los restos de la efervescencia política de los sesenta, la poesía de ese libro de Aulicino nos parecía sumamente extraña. Por un lado, los versos habían dejado de marchar, como en esos encabalgamientos setentistas. También habían dejado de saltar vallas, como en buena parte de la última producción de Gelman a la hora de la aparición de Paisaje con Autor. Con el tiempo, cuando leí toda la obra de Aulicino - la anterior a Paisaje y la posterior- pude asistir al propio crecimiento del poeta, a la educación que se aplicaba a sí mismo para salir de los escombros retóricos de la poesía confesional y de combate. Y escapar así de una de las voces más centrífugas de ese período: la de Juan Gelman. No hay vuelta que darle: como un farol en el campo, los que orbitaron cerca del magma gelmaniano sin tener capacidad de metabolizarlo en una voz propia, murieron pegados al radiador (Gelman, en cambio, sí pudo metabolizar a Tuñón y a Vallejo para nombrar algunas de sus centrales primeras influencias).
¿Cómo escapa uno de un vozarrón? Entre muchas otras maneras, corriendo el foco de la mirada. Aulicino pasa de Gelman a Joaquín Giannuzi –un epígrafe de éste abre una parte de Paisaje con autor- y Alberto Girri. Dos poetas que habían sido relegados en la opinión pública pero admirados secretamente por un grupo minoritario (esos grupos de los que siempre necesita una obra difícil) que los mantuvo vivos, en circulación. Algo similar pasa en la película Fantasmas de Marte de John Carpenter. Un grupo de mineros, excavando, abren un pasadizo que libera a seres extraterrestres que, hasta entonces, dormían esperando ser liberados. Claro que en la película los mineros, sin antídotos a mano, son despedazados por los extraterrestres que –inmateriales- les invaden los cuerpos y los vuelven locos. Aulicino no se volvió loco. Pero acusó el cimbronazo. Pasó de firmar sus libros como Jorge Ricardo a Jorge Aulicino. Intuyó de alguna manera que un poema siempre es esencialmente político aunque trate de una manzana. Y percibió que cierta certeza instalada en la época le empezó a parecer antipoética. Los poemas de Paisaje con Autor son relatados por una voz que constantemente tiene que reconocer que las cosas a las que interpela no le quieren explicar nada. Nada, al menos, en el lenguaje al que él estaba habituado: “Tuvieron un Dios, a nosotros nos quedan la gaviotas/ que no muestran decisión en resolver el poema”, dice en Los bárbaros en sí.

De modo que bajo la precisión mental de Girri y Giannuzzi, Aulicino, al igual que el Buda de la plaza San Martín –lugar donde el autor de Monodias iba a tostarse- descubre que el poeta también puede quedarse maravillado observando tanto una rosa como el misterio del motor de un auto. El camarada, el mochilero de los setenta, el obrero, se empieza a convertir en un cybor con implantes. Acaba de atravesar una época increíble, esfervecente, de gran urgencia lírica, que dejó muertos a granel por todos lados. Pero las preguntas siguen siendo las mismas y las respuestas ni siquiera están soplando en el viento. En el 83 llega la democracia y hay alegría en las calles. En el 88, cuando sale de imprenta Paisaje con Autor, el poeta ya es un sobreviviente. Es el Buda del revotril. Sus poesías son pequeños artefactos lírticos, como tratados filosóficos presocráticos, que ponen el foco en un costado oscuro de la bañera o en el olor ocre de las medias de los príncipes en desgracia. Rosebud, el poema del que empecé hablando, marca un antes y después en la obra de Aulicino y también en buena parte de la nueva poesía argentina (influencia dada, a veces, de manera inconsciente, de la misma forma en que muchos jóvenes que hoy escriben tienen una libertad estilística heredada de Leónidas Lamborghini sin siquiera haberlo leído).
Rosebud, digo, es una bisagra, un disparador hacia otros mundos. El lugar donde un hipotético escalador podría encontrar un resquicio para agarrarse y seguir trepando. ¿Por se supone que ese joven que permanece bajo el arce viene de la guerra de guerrillas sólo porque está callado? Y la forma en que empieza el poema, casual: “es decir que estuvo suficientemente solo bajo la rama de un arce…” como si el relato se hubiese iniciado hace mucho, como si el relato estuviera siempre narrándose, cada vez que le acercamos la oreja. Este recurso dramático tiene algo de los cuentos repetitivos de la infancia. Les paso el poema:

Rosebud

Es decir que estuvo suficientemente solo bajo la rama de un arce.
Levantó los ojos, los bajó, con infinita insistencia.
Se privó de todo.
Y cuando levantaba la vista veía: el arce
-una palabra-; humo, una nube amarilla.
Y cuando bajaba la vista veía una mata de pasto aplastada.
Donde habitaban unas moscas grises.
El hecho finalizó hacia la primavera de 1956.
Cuando presentó su experiencia a los mayores,
Ellos entendieron que el chico volvía de la guerra de guerrillas
porque en realidad no dijo una palabra.
“Este chico hablará el día del Juicio”, dijo la abuela,
pero se equivocaba.
Aquella permanencia bajo el arce –una palabra-
Había sumido al chico en esta reflexión:
“Tengo la potestad de irme de las palabras,
lo que significa lisa y llanamente irme.
Y, de permanecer bajo el arce –una palabra-
No puedo decir nada, puesto que soy un chico bajo el arce”.

No había que entender que aquello significara nada.
Excepto que el chico estaba bajo el arce, definitivamente
perdido para los significantes,
en una eternidad que carecía de sentido.

Unas pocas cosas más. Cuando hablo de la solución que encuentra Aulicino frente a la poesía hegemónica del sesenta, estoy hablando sólo de uno de los lados del fenómeno poético. Por suerte, una nación no tiene una sola voz (y también por suerte, la idea misma de nación pura se va haciendo trizas en favor de una poesía mestiza, cruza de voces y estilos). Lo que sí queda claro es que para la poesía de Jorge Aulicino, es vital desprenderse del lastre de las que para él sí funcionaban como influencias. Parece algo que hasta tiene características de destino: es la misma poesía, sin nombres propios, la que intenta cambiar de piel y expandir su sensibilidad mediante otros recursos. Como si agotada de decir, mutara para permanecer. Nótese en este caso como el verso “ellos entendieron que el chico volvía de la guerra de guerrillas” la parte final (“guerra de guerrillas”), tan utilizada en los sesenta, se vacía de significación y es puesta nuevamente en el concierto de significantes pero, ahora, ansiando por un nuevo sentido.
Rosebud, en su brevedad lacónica, también tiene eso que Joseph Brodsky denominaba como la ingeniería esencial del artefacto. El poema, rodeado de los márgenes en blanco, como un avión en el aire, está sujeto a la misma presión que estos gigantes de los cielos: si falla una pequeña tuerca, todo se puede venir abajo.
Y para que levante vuelo, hay piezas y piezas. A mí, el verso: “El hecho finalizó hacia la primavera de 1956”, me parece central. ¿Por qué? Porque en un poema concebido como una caja china, donde la historia parece quedar abolida de golpe en función de una “enseñanza final, atemporal”, este verso, el efecto de fecharlo, lo enrarece aún más. ¿Por qué 1956? ¿Para qué le importa a la voz que narra contar el día exacto en que finalizó la permanencia bajo el arce?
Del viejo coloqialismo de los sesenta sólo quedan frases como “Este chico hablará el día del jucio”, que anota la abuela, justo la persona más vieja, la que vio pasar la Historia con mayúscula. El chico, en cambio, cuando toma la palabra, repite un mantra linguístico que produce el engaño de que el poema avanza hacia su fin. Nada más alejado de la verdad. Rosebud se convierte así en el corazón de Paisaje con autor, un clásico de nuestra poesía.

En el verano del año 2000 pasé una temporada en Saigón. Había un chico que venía siempre al restaurant donde íbamos con mi mujer. Haciendo gestos con la mano, metiéndosela en la boca como si fuera un sandwhich, me pedía comida. Era un chico vital de unos seis o siete años cuya cara dejaba percibir un pequeño retraso. Yo lo encontraba vagamente familiar pero no lograba saber a quién me hacía acordar. Estábamos en un país que había peleado varias guerras y que había vencido a los imperios colonialistas más poderosos. Por la vereda donde a veces se cruzaba este chico corriendo, picoteando de un bar a otro, a veces aparecían americanos tullidos que habían elegido vivir ahí después de la guerra. Una guerra siempre presente como souvenir. Con el correr de los días percibí que el chico no hablaba. Se manejaba con gestos. Entonces me dí cuenta de dónde lo conocía.

8 de febrero de 2007

Los tres personajes de Sacha Baron Cohen

Borat, Bruno y Ali G. Cliquear imágenes para verlos en acción.





El culo de una arquitecta

por Pedro Mairal

(publicado en Colombia, en la revista Soho, en febrero de 2008)
No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se autosustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero, reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.

Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas, que en realidad son una intelectualización. Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo, neanderthaliano. Con su poder de atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical, cadencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.

Porque el culo siempre se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las tetas que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que viene y que pasa con dulce balance camino del mar.

Las mujeres argentinas tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco en el último Hay Festival de Cartagena de Indias para no tener que volver y poder seguir admirando el desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario como el Canto General.

De las cosas que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el frescor del cachete en el primer encuentro con la mano.

Durante el abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.

Se suele pensar que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora, como engancharse en la fuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el que queda sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa mantis religiosa.

Una vez vi un hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era una personal trainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras ella, hipnotizados.

Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un “tremendo fambeco”. Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo este edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con los acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular, con un guiño a Greenaway, “El culo de una arquitecta”.

No escribí ni dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.

Además era plena crisis del 2002. Todo se derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en su oscilación por los corredores, pasando en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no, mirame pero no, seguime pero no, dedicame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi día laborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona. Y ojalá se entere también que, cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los pasillos respingando el durazno gigante de su culo soñado.
*

Che capitán, muerto, volando

por César Mermet

I

Capitán volante muerto, feroz cordero en preso vuelo
por la montuosa oscuridad del día, en águila bajaste
de grandes aspas, rapaz por la sombría
claridad del cielo ciego, pretérito y sonriente
a tu terrena unción con remolino y viento descendió tu muerte
como muerte rugiendo, no de mero muerto,
glorificada arenga yerta, muda voz del cielo
a polvo, befa y presa descendida, a semilla de fábula
venida, depositada en los fecundos ojos,
en la memoria magna, perplejidad absorta
que engendra, que germina, urtica y electriza
la paz del rezo, la comida grave, el jubilar abrazo y la mirada
la frente ensimismada del mirado en encuentros,
del naipe, de la copa, los bautismos; las bodas.

Azote y presa sacrificial, reverencia y gratitud te debo,
por caerme tu sombra en casa ahora, lejos,
abierta y proyectada como sol tu oscuridad focal, potente;
y no pago, no saldo; y no para saldar eclipsas, fosco
la inocencia del día, sino para endeudar; me endeudo
reconozco y debo, declaro que te debo y aquí anoto mi deuda,
enemiga gratitud me cargo y sumo al rencoroso réquiem;
asumo la esperanza armada, tu agresivo credo,
lo traduzco a viejas cláusulas, lo respiro a mi aliento,
ya no es tuyo; ya tu apoteosis cumplió mis propios ritos;
te reconozco, acepto tu señal que por el cielo
vino de vuelo, triunfante dócil, amenazante majestad de muerto.

Sobreviviente cristiano en contra,
reclamo la parte que me toca de tu nombre,
ya añorado por tus contenedores, conciencia omnipresente,
ubícua excusa y culpa sigilosa oteada por los perros
ahora locos de tu múltiple olor y despistados.
Eras un castigo inmortal, de pronto fraude, frágil,
dócil muerto a muerto te tiraste;
decepción, emboscada no esperada fue tu derrumbe humoso;
insoportable trampa defección tu hueco, necesidad tu falta;
y hay difusos diablos, erinias vengativas claras en lo invisible,
ya sin blanco, sin cuerpo, royendo entrañas con rabiosa furia,
descendido que fue muñeco, trapo, sangre,
el fantasmal profeta, agazapada peste, merodeadora esfinge
itinerante, veloz, laberíntico relámpago anatema, la querida amenaza
que erigió sus somnolientas furias, como enarbola mástil de amor
ausente muy deseada del insomne.

Permite, volador del mediodía, a un enemigo tuyo, suyo
y de sus cómplices, formar tu séquito,
infectar, craquelar la funeral unión de tu cortejo,
y sumar otro equívoco a tus deudos inscribiéndose
entre tus herederos ávidos; permíteme cantarte en contra
y heredar tu duda, tu amor y tu visión, ya no tu credo;
no a reclamar tu boina vine ni a jugarme a los dados
tu anecdotario diario, tus restantes balas,
ni tu manual del escondrijo, la encerrona, acechanzas;
no mechón de tu pelo quiero, no tu cinto ceñido a los riñones
sostén de tu coraje;
déjame sólo formar el friso vario de tu metopa,
no pedir sino aquello que sea mío, más hayas hecho tuyo,
aquello que en tu muerte, se hizo claro y de todos
y en cada uno, tuyo.

En este instante marcho inmóvil, con ausentes conjurados
y todos acordados contenedores, los que en tu falta
coinciden y se invocan,
los que en tu muerte allanan sus incisos mínimos,
y dan con el tamaño del acuerdo, y con la plaza de su encuentro;
yo prometo cantar a contravoz, en tu responso, no malograr
tus exequias de cuerpo ausente y discutido nombre,
prometo callar según tu final tono, subsiguiente a tu grito,
a tu cápsula última; porque solo en silencio que tal vida deja
cabe tal vida, porque el silencio que al héroe sigue y cubre,
modifica al mundo, y ninguna palabra opositora o acólita
podrá tocarte, aludirte, rozarte, sino en el espacio de tu silencio,
subyacente a tus peroraciones, tu vacío vocal
tal callar alimenta; y modifica al habla y al hablante,
más que el suasorio, fiero, amoroso o tembloroso
apólogo, invectiva, o funeral, o juicio.
A partir de escuchar, respetar y surcar
el espesor de tu palabra ausente, en sombra,
y a su nivel callar para vivirte, yo prometo
vencer tu procesión y sus riberas,
tu marea veloz, sus márgenes gregarias, agrias, fieras,
con tu silencio y falta desmentir las antífonas y síntesis
de secta, y en silencio respirar tu nombre
invocado en vano por los menores a tu destino, por tus primos laterales de odio.
Hay que vencer por salmo la disputa de los semejantes y los desemejantes,
que comen o que beben de tu nombre; y a quienes, a orillas del creciente río
de las fáciles voces ya te matan vivándote, o te vivan, negándote.
Y a quienes befan, odian, y tiran a tu nombre enarbolado y roto,
y temen tu batalla de Cid volando muerto, cabalgando en el aire,
y se nombran defensores del Nombre más en vano,
mentido, no invocado
con más trivial, sacrílega ligereza en vano pronunciado.


II

Agnus Dei, sudarios militares guardan tu cara
en barro, sangre y radiante maldición impresa,
obligada a mirar a través de párpados clausurados;
vellón breve, negro, y fino barbijo enmarca el hueso desvelado
los pómulos de tigre, la alerta frente ida sobre los ojos y con la mirada;
en reflexiva ausencia, no conciliado, admonitorio, odio apacible,
callas, al fin pampeano, el énfasis, pasión, vehemencia,
del vivo armado, en militante vida, no para decir verdad, nacido
mas para ser verdad vivido
a muerte.

Valor al fin tan sobrio vives, yaces, sentido develado,
con majestad de altura de espera y de descenso, yaces de faz cegada
con distancia de muerto y descendido
barrilete de victoria por vejamen izado,
pero puesto y expuesto en andas, como ejemplar lección flameada
y mostración admonitoria, a la medida de tu eclipse,
y si en el instante azul del vuelo fuiste
parecido a una memoria iluminada, yaces ahora como tu monumento,
convertido en los otros, por fin palpable tu inestable persona,
tú, desnudo de padre y madre, patria, ficha, cigarro socarrón,
ira y anécdota, cara de solo, multitud ahora, rica en apoteosis,
coro y clamor inexorablemente mudo en uno.

III

Permite que sin lágrima, con caridad seca y respeto,
mientras las salvas fúnebres hacen dispendio tu simiente fina
contra el ajeno cielo, te celebre, puma volante,
alucinante befa, espantamiedos, halcón caído llevado en triunfo
por la vía central del aire diurno, honras aéreas, acrobacia y pompa
impusieron a tu muerte, como corona y caña;
pero lo dice el tiempo, nunca ritual invocación, es sólo mofa
y toda elevación y mostración dolida es para siempre
toda consagración sagrada, toda honoración es imborrable honra y todo vuelo es vuelo
y la parodia litúrgica es liturgia y habidas es en la cuenta.

Serás aquel que peregrino Bautista bautismó con fuego
y murió a fuego, dudosa, múltiple, inmortal persona,
una legión delgada que llevó tu nombre en préstamo y escudo
y un cuerpo de los tuyos fue transido, muerto, escondido
y resucitó volando un tercer día, bajó ante peregrinos de los cuatro vientos,
y fuiste mostrado y saludado, como siniestro recién nacido enigma,
a incrédulos, reverentes, ansiosos acusadores, fieles;
quienes antes del tercer flash te negaron tres veces;
y preguntaron "quien es éste" y respondiste majestad de muerto,
siendo el que fue, cualquiera y todos;
y en el mismo día hiciste natividad, resurrección, ascensión,
víspera de juicio, ajusticiado, y "ecce homo" expuesto, apelación tardía,
y cosa ya juzgada, lavada, descendida y enterrada;
y sin embargo se te verá bajando de la crucifixión volante
a un túmulo áspero de severo cemento, aromatizado como niño enfermo,
con esencias de agasajo volátil, y sahumerios asépticos contra lo perecedero.

¿Terminarás aquí en tierra sin mar, isla de piedra y cactus
soledad adentro, o volverás, cuerpo o ceniza, o canto
a dormir bajo las dulces cañas, y allá, la caribeña tierra caliente
sus vientos, gaviotas, cocos, negros, te tratarán de "che", charlando
hasta la media noche guitarras, maracas bisbiseantes caderas,
y un muy llano silencio argentino, finalmente?
Acaso ni siquiera; ahora sólo eres la supuesta ceniza,
duelo de Job, pólen mortal al viento, a la memoria, aventado y sembrado.
Polen muerto serás, más polen sublevado.

¿Por qué es que no hubo sitio en la heredad ruinosa
del mal construido tiempo que precipitabas, un sitio chico
para tu grandeza, ni prado, ni reunión, como acordado
de quienes hubieran merecido la honra de medirse
con tu jovial y torva fuerza de nazareno Ayax y Néstor,
cirujano de fuego, doctorado en apocalipsis, muerte y fuego?

Sigue para viejos niños, sigue volando, sigue llegando y baja,
vuela y desciende, cuelga en el sol, espantaculpas, y con ciclón desciende,
barre, viento, sangrienta nueva, inerte, muerto, toda certeza,
felino volador, pieza cobrada, vuela y llega; ninguna ceremonia
es vana, ni hay metáfora impune; tu vuelo-crucis, sucio te será computado.

IV

Yo no vine a juzgarte; ni a absolverte, ni a elogiarte;
vine a hacerte una venia; como hermano de ira y enemigo de amor
vengo a dejarte no femenina flor, ni la cruz que no acepta
tu desnudo pecho de regresante Adán,
ni a trazar en el aire con el dedo el signo,
no a signarte, puesto que más atrás del signo te atreviste,
explorando al hombre demostrado viejo tras de las casullas y los pectorales;
ni a sumarme vine al réquiem dialéctico de los llamados tuyos, míos,
ni a la alabanza, ni a las execraciones que sobrevuelas, alto,
ni a la arenga impúdica con culpable destemple
de miserable triunfo y estridencia dicha, amenazada, en guardia,
por tus vencedores; ni haré cómplice número en el responso de tus tácticos;
ni canto para acrecentar el cálculo, los redituables, intereses en sangre de tu vivo mito.
No traigo el blanco gajo de un almendro chino,
ni el emblema duple de labor y ciega; ni moraleja complaciente para teletipos.

Vengo a rezar por ti, que anuncias, y es por mis hijos que en ti rezo,
y por la palabra con que rezo, ruego;
ya que todo puso en cuestión no tus razones, sí tu muerte buscada,
aceptada y salida en leve vuelo al cielo, descendida en sol triunfal,
y mostrada en memoria a cardinales mensajeros, a heraldos de naciones.

Crucificada sombra: a poner una piedra de firme cuarzo
en vez de tu gastado nombre, vengo, y a respetar tu soledad dormida,
y tu grandeza, como siempre inaccesible y sola; y a predecir
con ruego, que los grandes encuentren pronto, camino de los grandes,
y los solos, el circuito secreto y la tácita cúpula de fraternos solos;
y para que se cumplan de una vez tiempos de fuego, y los herejes
de todo credo o descredo por excedencia o rebasamiento,
desmesura y delirio y negación del sí gratuito y exaltado,
se reconozcan y hagan porque se les reconozca, como te reconocemos,
develado, claro, explícito muerto completado, debajo de tu ornada vida,
austera imagen, desnudez, de verdad revertida en la triunfante muerte.
Formen legión que tu ícono no contradiga,
y que contradiciéndote te confirmen, síntesis tensa.
Recomencemos desnudos como tú de sangre, padre y madre,
y a partir de tu final empiece no facción, no un sí proclive;
un duro no de cuarzo empiece
y a partir del no, afirmemos fuerte paso y vivamos tu muerte
y distantes, remotos, sigamos al hombre volador, señal del cielo,
sangre en lo alto surcando el tiempo.

Un animal cazado, cuando es hombre, joven, bravo,
y cruza con majestad caída el mediodía,
es demasiado signo osado;
burlada invocación, insulto a largo tiempo, en contra vuelto.
Firmaste caballero colgante un llamamiento, rubricante tu muerte en limpia altura,
te publicaste muerto como proclama, muda en arco
tan entusiasta y raudo, como una antigua alocución cristiana.
Tu avieso yacer de sabia mansedumbre, tu identificación ladina y litoral,
tentó a los descreídos, y tú, su muerto, creíste más que cazadores vivos.
Dejándote pender del cielo como despojo de la tierra,
más allá de tu albedrío, se cumplió algún soberano sino;
y fuiste cordero arcaico, el sumiso que triunfa
sobre cuarteles sórdidos, sobre el diminuto caserío mal soñado
y por sobre el sublevado nunca en vano, uniformado monte,
en polvoriento, austero, disimulado verde caqui;
todo lo cual de desmemoria sabes mientras ciego vuelas,
todo lo cual mirado por tu sombra barredora, es visión nunca vista y no borrable.

V

Por ahora rezo.
El signo efímero y eterno de la cruz
que el dedo hace en el aire no rechaces, admíteme signarte
fraternal contraseña tal como tú saludarías la muerte
varonil de quien supiese morir como cristiano; tú la boina en mano.
Ya cantaremos tu epopeya celebrándote como enemigos íntimos
con reverencia opuesta y con cardos morados espinando los dedos.
Pero nadie podrá decirte "che"
desde la vanidad del triunfo condecorado.
Decirte "che" en tu tierra,
sería tutelar un grave nocturno señorío.
Nadie te diga "che" hasta que calme, disipe, aclare a azul justicia
el sol sin corredora sombra de hombre, de brazo a brazo tamaño de poblado;
tu volador, pequeño, delgado cuerpo muerto vuelto inmensa muerte;
crucificada sombra en cenital eclipse, que atardece y agrava
en pleno mediodía y en cansancio, el pan
en retroceso a masa, a harina, a grano,
a seca tierra y maldición estéril;
y que dando en el vaso, amarga un agrio vino
y eriza en cada frente la conlfuyente pausa
de quienes para comer o comulgar se encuentran, confrontados,
mirando se confiesan, bajan su culpa, enfrían su sopa,
y ceniza es su frente, y ceniza es su dicho callado sobre la lengua.

Mientras tanto, hasta que aceptes esta apurada endecha,
no menos que una misa por todos celebrada, te debemos;
cada cual oferto, dado y sacrificado;
y un amor no menor que tu furia te debemos.
Mientras tanto, seas tú tu patrono y nuestro desafío,
puma que vuela de la guarida al cielo, y reines
libre de tiempo, ceniza armada que va de vuelo,
trazando azules arcos para que pasen a no menor altura
quienes quieran negarte, o celebrarte.

Pablo en epístolas y en Tarso, ya sabría cuánto fuiste el vencedor mayor.
Sólo ahora, todo muerto cristiano y mártir, deja
ramo de Pascua inmemorial, bendito,
en el sitio de tu descenso y es domingo florido y perenne promesa.
Sólo ahora, sabemos verte, hermano.
Libre de ti, caíste al alto rol, a imagen; coincidente
tu muerto con la eterna estampa; eres hombre vencido, el renaciente.
Ahora anónimo eres, tanto como aquel que en soledad sumido,
responda de pronto a un "che" en la nuca, vuelto, fiero,
y se le vea serpiente voladora, tuna de asalto, puma de guerra, brinco,
que de querer brincar entra volando al cielo, muerta victoria alada
y desalada, y nueva en las iconografías de una arcaica esperanza.

Victoria alada y desalada y muerte, vuela, porque la muerte
avergüenza a los mortales, enrostra al vivo, humilla el triunfo.
Ya comprendo.
Más claro hablaste mudo y muerto,
y mejor desnudo y humillado que del honor triunfal vestido y revestido,
che capitán, muerto mayor, volando.



bs. as. 12-13 octubre 1967
madrugada del sábado 14/10/67


***

Más información sobre César Mermet

7 de febrero de 2007

Poesía 07

Ciclo de Poesía
Bonus Track
Viernes de febrero en el Jardín Botánico
a las 18.30 hs.

Coordinadora: Marina Kogan

Viernes 9 de febrero
Sebastián Hernaiz
Sol Prieto
Laura Lobov
Paula Peyseré

Viernes 16 de febrero
Marina Mariasch
Malena Rey
Gabriel Yeannoteguy
Martín Rodríguez

Viernes 23 de febrero
Inés de Mendonça
Ezequiel Zaidenwerg
Dolores Gil
Mariano Blatt

5 de febrero de 2007

Nuevo Look

por Funes

Me afeité. Así de simple. Agarré la tijera y me puse una toalla húmeda en el cuello, consejo de Marcelo, mi peluquero, dice que así no desparramo los pelos por todo el baño. El baño es de azulejos, Marcelo. Pero igual le hice caso. En mi casa tengo esos espejos que tienen dos alargados y movibles a los costados. Deben tener un nombre pero desconozco. Es un baño viejo. De esos que tienen empotrado el botiquín. Me saqué los anteojos y los cubrí con varios cepillos de dientes y una pasta dental nueva, sin abrir. Para que no se mojaran. Me miré largo al espejo y pensé en la hora: 4.17 de la mañana del lunes. Un lunes. No pude haber elegido peor día para afeitarme la cabeza. Tengo toda la semana por delante. Explicaciones, argumentos extraños, gastadas, el arrepentimiento que voy a sentir en el exacto momento en que esa perra, con su pollera de jean y su pelo cola de caballo, me va a saludar y me va a decir “¿pero qué te hiciste?”, mi jefe que tiene la costumbre de irritarme con su moralina, la gorda que trae los sobres, los del fulbito; todos. Todos querrán saber por qué me afeité la cabeza.
Hace unos días vi una pareja de perros. Caniche toy, creo que se llaman. Fue en la peluquería de Marcelo, eran sus perros; Antony y Colette. La peluquería queda por Rivadavia al 2500. Son todos empleados. El dueño viene a buscar plata y se va. Entonces, hacen lo que quieren. Y llevan a sus perros, por ejemplo. A sus chongos, por ejemplo. Cuando me aburro voy a la peluquería. Para charlar, nomás. Marcelo y Santiago, son los más divertidos; los otros 4 son indocumentados. Hay una chica que barre pelos todo el día y una señora que acomoda las tijeras, afeitadoras y dobla las toallas que cada tres horas mandan al lavadero de Yrigoyen. Entre las Gente y Paparazzi, espero que terminen de atender a un cliente para charlar. A veces, si es conocido, hablamos los tres. Siempre de lo mismo: chongos.
Le aposté a Marcelo que si aceptaba mis consejos para una salida y le iba bien, me cortaba el pelo gratis durante dos meses. Si yo perdía...
Santiago dijo que estaba loco. No me lo dijo en la peluquería. Me mandó un mensajito de texto cuando volvía para casa: “Tas loca! M. t va a cagar pa ke t cortes el pelo. Yo t avicé”. Cuando llegué, lo llamé y le dije que no me importaba. Es más, le dije, para que veas, me voy a rapar ahora mismo.
-No te creo-contestó- Igual, vos sabés que te quiero mucho. Ahí llegó Marta con el pelo hecho un destrozo. Te dejo. Baccio, bb, no hagas locuras - y me cortó. Eran las 4.17 de la tarde del domingo.
Me senté en el sillón roto de mi living y esperé que se apague la luz del celular. El calor. El cansancio. La depresión, será; me quedé dormido. Me desperté a las 4 de la mañana todo babeado. Me lavé la cara y me afeité. Así de simple. Agarré la tijera y me puse una toalla húmeda en el cuello, consejo de Marcelo.

2 de febrero de 2007

Soriasis

por Fabián Casas

Hace unos días leí una nota del El Gran Diario Argento, en la página de cultura, donde Juan Martini –como único foco- se quejaba y pataleaba porque a Osvaldo Soriano no lo reconocían dos o tres personas de Puán. En vez de dedicar ese espacio a contar un perfil del escritor o a decir por qué para él era un escritor necesario, la nota, llorona, iba, dale que dale, a dar sobre el muro de los lamentos. Tuve la sensación de que si bajaba un marciano justo ese día a nuestro país y compraba el diario para ver cómo éramos los argentinos, leyendo a Martini podría inferir que Soriano fue un escritor apedreado por sus pares, exiliado, enmudecido y repudiado o hasta lapidado y obligado a vivir en un sótano, como el pobre Kaspar Hauser. Todo una vida, pobre, sin conseguir un puto lector. ¿O tal vez Martini estaba hablando de él, ventrilocuando a Soriano? No sé.

En ese mismo diario me pidieron una opinión sobre Soriano. Les dije que no tenía ninguna. Me contraatacaron: bueno, por lo menos podés dar cuenta de esa incomodidad.

¿Qué incomodidad? Yo leí dos libros de Soriano cuando era chico. Me parecieron bien escritos. Y ahora ni me va ni me viene. Hay un montón de escritores que están para uno en un limbo impreciso. Por ejemplo, en mi caso, Soriano, Geno Diaz, Dal Masetto, Rabanal, Poldi Bird y Vicente Batista –para nombrar sólo unos pocos- forman una escudería que, no sabría justificar por qué, va de la mano. Seguro que son diferentes, disímiles, pero los pongo, como diría mi vieja profesora de matemática, dentro del Conjunto A. También existe otro conjunto de escritores que intuyo, sin leerlos aún, que pueden ser geniales. Formarían el Conjunto B. O acaso en el Conjunto A exista un escritor que en el futuro me parta la cabeza. Soy de los que se ponen contento cuando descubren un nuevo escritor, como si fuera un nuevo planeta, tenga la edad que tenga y ocupe el lugar que ocupe.

Los mísiticos dicen que el espíritu humano es infinito. Pero la mente y la atención tienen un límite. No se puede leer todo y opinar sobre todo. Aunque exista la Facultad de Todología. Sin embargo, lo que es sintomático del caso Soriano, es la encarnizada defensa de sus admiradores y amigos. Ellos, por algún motivo, no descansan en paz.