28 de diciembre de 2007

Coger en castellano

Pedro Mairal
(cuento publicado en la antología "En celo", editorial Mondadori, Bs. As., 2007)

No están desnudas. Pero casi. Algunas sonriendo, o serias en pose hot, o con anteojos de sol, boca abajo en la cama, casi pegándose el culo con los talones, mostrando las marcas del bronceado, o con bombachas de corazones rojos o de estrellitas, en esos cuartos que todavía tienen las cortinas rosas elegidas por la madre. A veces están en el baño, de frente al espejo, o se sacan la foto por sobre el hombro, de espaldas al espejo, mostrando el culo para ver cómo les queda de atrás la bikini nueva. Me gustan todas. Deben tener entre 16 y 19 años, no más. Y así, descalzas en sus casas, tienen una sinceridad, un grado de realidad, que no encuentro a mi alrededor. Están posando, jugando a posar, probando su sensualidad, viendo si son capaces de calentar, como preguntando: ¿Te caliento? Yo susurro, les contesto, a todas, a nadie.
No puedo cerrar con traba la puerta del escritorio. Sería demasiado sospechoso para Sharon. A veces, a pesar de su Alprazolam y su Prozac, se despierta de golpe paranoica preguntando si cerré la puerta del garaje: “Did you close the garage door, Gus?”. Le contesto que sí, que tengo un poco de trabajo atrasado (“paperwork”, le digo) y se vuelve a dormir. Escucho que entra al cuarto de los chicos para ver si están bien tapados y después se vuelve a la cama.
La mesa con la computadora está de frente a la puerta, la pantalla no se ve y me cubre un poco. Es verdad que a veces me quedo hasta tarde preparando un informe, pero siempre termino entrando en la página de fotos. Las mandan ellas mismas para ver si los operadores de la página las cuelgan. Las mandan para probar. Hay un desafío en eso. Algo que me fascina, porque están paradas desnudas, casi desnudas, en medio de esos ambientes decorados, posando en bolas en medio de esa pretensión social de la familia, desnudándose de eso, de esos muebles, de esos adornos. Están como pisoteando todo, sobresaliendo por encima de los cachivaches del orgullo familiar, enrostrando su recién descubierta individualidad, porque se saben únicas y sexys y saben que están fuertes. Así me gustan. En esa pose de “miren en qué me convertí, ahora tengo poder, puedo seducir, tengo esto, soy esto; mamá, papá, ya no soy una nena, ahora tengo tetas, buen culo, y caliento a los hombres, soy superpoderosa y me saco fotos en bolas en medio del living de casa”.
Miro los detalles al fondo de esas habitaciones de chicas porteñas o cordobesas o rosarinas. Están en tanga y musculosa, con una mano en la cintura, la otra en la nuca, revolviéndose el pelo, tan posadas como si estuvieran delante de un fotógrafo profesional, pero posando delante de la cámara con disparador automático en sus propios cuartos, dejando ver detrás esos detalles que me llevan de vuelta: los empapelados descoloridos, la pared con los arreglos sin revocar o sin pintar, las soluciones eléctricas de emergencia que quedan así durante años, cables colgando en diagonal, los estampados del cubrecama, los muebles de imitación caña, las repisas con muñequitos, el elefante arriba de la heladera con un billete atado a la trompa. Puedo volver a través de esos detalles: los peluches, la foto grupal de egresados en la nieve, las paredes de machimbre barnizado, y los patios con mangueras tiradas, las piletas pelopincho en el jardín a media tarde con el agua ya a la sombra de la casa de al lado.
En esos escenarios aparecen, tremendas, levantándose apenas el vestido de algodón, dejando sobresalir los cachetes redondísimos del culo, porque son tan nuevas, tan esféricas. Y parecen tan suaves y ariscas a la vez, que habría que acercárseles despacio para que no se espanten. Pero están solas o con una amiga, o quizá alguna posando delante del novio. Pero casi todas solas como invitándote, mostrando cómo les queda esa mini tan corta o su jean preferido, sin nada más, tapándose las tetas sólo con los brazos, las tetas rebalsando por los antebrazos, esa foto sacada para registrar ese día en que se sienten flacas y divinas. Y se paran delante de la cámara, de espaldas, algunas con pudor, sin mostrar la cara, en su cuarto, con las persianas a medio bajar. Así las veo, las encuentro, las busco, y casi puedo entrar en esas casas en las que siento que estuve alguna vez, puedo sentir los cerámicos grises y frescos bajo los pies, el olor a espiral para los mosquitos, el ruido cuando arrastran una de esas sillas del juego de comedor barato de caño esmaltado en negro y asiento floreado. Puedo estar casi ahí, sintiendo que el azúcar volcada en el mantel de plástico me pincha los brazos después de tomar mate, alguien tose, dos hermanas se pelean, alguien ve televisión en otro cuarto, o no hay nadie en la casa, salieron todos y ella se encierra con la cámara, se siente bien, tiene una ansiedad, una fuerza nueva, quiere verse recién despierta de la siesta, mostrando el culo tembloroso, la cintura arqueada, boca abajo sobre la cama, escondiendo la cara entre las sábanas como esperando a un hombre, levantando el culo duro, toda tirante, y ya respiro mal, y en el pantalón la pija me ocupa espacio hacia un costado, contra la pierna, me la siento por afuera del pantalón, y ésa podría ser, así de espaldas, castaña, me quedo ahí, la nombro, la estoy buscando en todas esas siestas otra vez, es parecida, Chiara en su cuarto en verano con las cigarras afuera que hacían más pesada la tarde al sol, después de la pileta, los dos acostados, yo atrás de ella, en su cama, mordiéndonos, cogiendo sin forro en Caballito, en la calle Yerbal, un sábado sin sus padres que estaban en Lobos porque ella tenía que estudiar. Chiara conmigo, en cucharita, ella agarrándome la pija, frotándose la concha con mi pija. Chiara diciéndome: Tavo qué dura tenés la pija, dándose vuelta un segundo para mirarme de reojo, sin animarse a pedirme que se la meta y yo se la hundía toda de golpe, y me decía: despacio, boludo, y le encantaba. Yo le agarraba un cachete del culo y le daba toda la pija, le buscaba la boca con la mano y ella me chupaba los dedos, me los mordía mientras la cogía así, hasta que se daba vuelta porque queríamos besarnos, yo con la pija mojada hasta el tronco, los pelos mojados, antes de volver a metérsela, y era mucho mejor así de frente, se la hacía sentir adentro y ella me pedía: quedate ahí, quedate ahí, le tocaba con la punta de la pija al fondo, casi no quería que la bombeara, apenas que la empujara ahí, y me mordía, y yo le decía al oído estás toda mojada y no me animaba a decirle qué puta sos Chiara y bajaba un brazo para apretarle el culo, rodeándola, y le tocaba la concha mientras la bombeaba, y Chiara se arqueaba toda sofocada, sofocada, medio fucsia las mejillas con el pelo pegado, cogeme Tavo, cogeme, porque cogíamos en castellano, cojíamos así, con jota, con saliva argentina de pronunciar puteadas y ruegos. Nada de “Oh baby I love that”, ni “Carefull with the condom, Gus”, ni “Im cumming”. Todo en castellano, entre sus muebles, frente al ropero con recortes de revistas del Indio Solari, en castellano y en su cama o sobre el colchón que tenía para las amigas debajo de la cama, entre la ropa tirada, entre el temblequeo de los frascos de colonia y los souvenirs hechos de caracoles. Cogíamos en el calor de diciembre, antes de los exámenes, así, yo debajo de ella que me montaba y quería seguir y seguir y yo no aguantaba más, y me decía: no te vayas Tavo, no te vayas, y yo no sabía si ella estaba llorando o acabando, con las tetitas que le temblaban al lado de mi cara, no te vayas, y yo no sabía si me pedía que no acabara y aguantara más o me pedía que no me fuera, que no me fuera con mi familia, no te vayas Tavo. Pero yo me fui, nos fuimos, me mudé de país, de lengua, de hemisferio, y ahora cojo poco y callado, y me hago pajas tristes a la una de la mañana y, para no manchar la alfombra comprada en cuatro cuotas en Ikea, acabo en una hoja de rollo Paper Towel Extra Absorbent comprado en el Wal-Mart de Baron Drive, mientras afuera cae una nevada mortal como al comienzo de “El Eternauta” y me siento viejo y solo y lejos porque nunca nadie me volvió a abrazar así.

16 de diciembre de 2007

El compositor entrerriano

por Fabián Casas

Mateo es un peluquero joven del barrio de Monserrat. Una de sus obsesiones es poder dar un buen servicio a los clientes y que ese servicio se metabolice en un crecimiento de su negocio. También es fanático de los libros de autoyuda que te estimulan para potenciarte y “no decir sí cuando se quiere decir no”. Tiene mucho sentido del humor y chispa al hablar. Hace poco me dijo: “Todos las noches le pido a Dios que haga nacer pibes con dos cabezas”. Esa frase me hizo reir y después me dejó pensando.

Horacio Binnel fue un compañero del secundario. En ese entonces era un tipo horrible, con cara de rata, casi siempre enfundado en un blazer grueso que le quedaba grande y que le producía un sudor permanente que le mojaba el pelo. Como los jóvenes son crueles, le decían El Bicho y sólo lo tomaban en cuenta para hostigarlo. El, como única defensa para sobrevivir, se expresaba solamente a través de refranes. Conocía millones de ellos y tenía uno para cada ocasión.

Mateo el peluquero me hace acordar a los personajes de Ricardo Zelarayán que suelen se creados por el lenguaje justo en ese momento en que el habla cotidiana sale del lugar común y produce un chispazo eléctrico que nos sacude de la modorra, como la piel sísmica del caballo se mueve para espantar a las moscas. El Bicho Binnel, en cambio, me recuerda la estrategia de escritura de Zelarayán con la que suelen empezar sus relatos, novelas o charlas: con refranes, con frases hechas modificadas, trastocadas. Una estrategia que pone en marcha la gran maquinaria zelarayanesca. Lata Peinada, Variación 2: “¡Atención a los colados que pueden ser más importantes que los invitados! ¡Atención al número cualquiera que puede ganarle a la larga al principal!¡Atención al huevo roto de la docena! ¡Atención al anónimo crecido en el viento negro de la miseria que puede ser el príncipe al final! ¡Ojo con el rengo que se agranda en la adversidad!”

Ricardo Zelarayán publicó muy pocos libros. Los poemas de La Obsesión del espacio, cuando ya tenía 40 años, La Piel de caballo –una novelita finita-, Roña Criolla –poemas repetitivos en clave musical- , un breve artículo crítico sobre Erik Satie, un librito de cuentos para chicos llamado Traveseando y ahora acaba de aparecer la mítica novela perdida y encontrada que según Zelarayán “se le había ido de las manos”: Lata Peinada. Desde las contratapas de los libros –escritas por él bajo el nombre de Odrazir Nayarales- Zelarayán preparó su mito: escribe mucho, pierde casi todo en sus incontables mudanzas por las pensiones y sólo logra publicar lo citado antes arriba. Dice que es entrerriano de nacimiento y salteño- tucumano por tradición. Se describe como un provinciano resentido exiliado en la capital, rodeado de porteños. También aclara que es sordo y músico frustrado. Lo de músico frutrado habría que reverlo. Porque lo primero que deja en claro la lectura de cualquier verso –ya sea bajo al respiración del poema o de la prosa- de Zelarayán, es que es un músico genial. Su intrumento, un pequeño aparatito que suele sacar del estuche para ponerse en la oreja: el audífono. Con él se convierte en “escuchón” y pasa al papel la música que produce la gente cuando se cruza en un bar o en las mateadas de amigos, los relatos orales que circulan de boca en boca y que se van enriqueciendo de acuerdo al talento del narrador de turno.
Zelarayán, como Joyce o César Vallejo , es difícil de traducir, con lo cual uno agradece haber nacido en su lengua. Sus relatos nos dicen dos cosas: que los géneros son convenciones tranquilizadoras que no sirven para nada y que un narrador que no lee poesía es un semianalfabeto. La Gran Salina, el poema que como un río atraviesa La Obsesión del espacio, el libro de poemas del 72, tiene sobre muchos de los buenos poetas jóvenes argentinos una influencia capital. La prosa de Zelarayán –siempre poesía- está hecha con violentos cambios de clima e imágenes dantescas del campo, pero no del campo idílico sino de la urbanización que crece en el medio de los pueblos, trayendo sus negocios, sus traficantes, sus autazos y sus machados, es decir toda la escoria de las ciudades que destruye a la naturaleza original que ya se ha perdido.
En la época de Dante, escribió T.S Elliot, los hombres todavía tenían visiones. Los relatos de Zelarayán también las tienen: un hombre perdido en medio de un arenal, unos policías en lancha surcando el Riachuelo tanteando el cuerpo de un muerto, o una pelea memorable entre dos tipos que apenas se ven por la oscuridad de la pieza de adobe donde tratan de matarse a palazos. Leer algunos tramos de Lata Peinada es similar a escuchar los grandes temas de Frank Zappa, sobre todo en esos momentos en los cuales el compositor bigotudo alterna disonancias molestas que preparan la irrupción de un fragmento lírico que pone la piel de gallina. Zelarayán en Lata Peinada describe a unas gordas que paren hijos al tuntún y que están bajo la protección de un puntero local, hasta que éste, de pronto, muere. Zelarayán arremete: “Los votos de las gordas se venden caro…hasta que un día los perros cimarrones empiezan a atacar, a perseguir a muerte a las gordas sueltas despavoridas (…) ahora los hijos de las gordas sueltas vuelven rapados del servicio militar y arrasan con todo como langostas . Y las gordas que se salvaron de los perros cimarrones tratan de cazarlos entre las piernas”.
Zelarayán solía acusar a Borges de “distanciador”. El prefería montar el caballo en pelo, sin la montura. Por eso se indignaba cuando se decía que La Metamorfosis de Kafka era literatura fantástica. Para comprender La Metamorfosis de manera cabal, Zelarayán proponía leerla como un relato realista. Desde este enclave, los niños de dos cabezas que pide el peluquero Mateo, son con dos cabezas de verdad. Pero esta postura vital no debería dejar de lado algo esencial: que para el compositor entrerriano los Cahiers de Paul Valery eran obras maestras de la literatura. En ellos, Valery no escribe poemas o prosa sino que reflexiona incansablemente sobre los mecanismos de la creación. Zelarayán contaba que sus amigos porteños lo llamaban , gastándolo, “el franchute”. Lo cierto es que este descendiente de indios analfabetos por el lado paterno habla inglés y francés a la perfección –de hecho se ganó la vida traduciendo- y, como el autor de El Cementerio Marino, gusta de reflexionar sobre los engranajes de sus textos. El posfacio de La Obsesión del espacio es claro: “En realidad no es obligatorio leer lo que estoy escribiendo. Nadie espere una explicación de este libro. Simplemente quiero agradecer y de paso…Pero por´ ai, y ese es el riesgo, lo que está adelante puede ser interpretado como el prólogo de esto, es decir que éste es el fondo de la cosa”. Lata Peinada también tiene violentas interrupciones donde el autor escribe dos o tres veces el mismo fragmento y le va aplicando pequeñas variaciones. También hay apuntes donde se bocetan posibles lineas argumentales y reflexiones sobre los personajes y sus destinos.

A Ricardo Zelarayán le gusta contar historias. Quienes lo tratamos cotidianamente en algún momento de nuestras vidas, conocemos la anécdota repetitiva sobre una pelea a piñas de Haroldo Conti con un tipo del que, después de los golpes, se hizo amigo. Le encantaba particularmente este combate donde los dos hombres primero se mataban a palos y después se curaban mutuamente las heridas y se perdonaban. La solía contar con variaciones, como lo hace en sus relatos. En una había un perro de Conti en el medio de la trifulca “¡Era el perro de Haroldo!”, gritaba debido a su sordera. En otra los hombres peleaban en un balcón y había un loro que los arengaba. Todas las versiones eran extraordinarias. Ahora llevo en mi memoria esa maravillosa música, la voz de Ricardo Zelarayán.

8 de diciembre de 2007

La austeridad

por Adriana Battu
Mi amiga M. conoció a un alemán. Es como un monje, me dijo, pero coge a lo loco. Gasta guita en forros, comida y hoteles. No tiene valija. Sólo una mochilita. Tiene una sola muda de ropa. La lava cuando se baña y la deja secando. Y está impecable siempre. Con una remera blanca y un jean. Es un chongazo. Guarda sus archivos en servers de internet, y su música también. No lleva libros, ni laptop, nada, tiene todo on line. Me contó que en europa no tiene casa, que alquila cuartos. Llega a dar la presentación con un pendrive y nada más. Y es millonario.

Mi amiga está en Recursos Humanos y se está comiendo a este recurso humano ario. El ario no usa traje ni corbata y a todo el ambiente empresarial le parece re cool su neo-austeridad. Va dando conferencias por el mundo de no sé qué cuestión estrambótica y técnica y apunta sus hormonas hacia cuanta profesional de tailleur le da su tarjetita. Las llama, las cita en el hotel… Mi amiga cayó chocha en la volteada.

A mí, más que los detalles de cómo el ario le hizo ver las estrellas, me interesó esa clase de persona, me dieron ganas de ser así, no necesitar nada, viajar con una muda. Pero después en Pueyrredón y Peña me compro unas sandalias que me tenían queinchi y eso me lleva a entrar en Farmacity a comprar separadores de deditos para pintarme las uñas de los pies, y entonces veo que la austeridad monacal va a tener que esperar un rato.

Llach se alejó un poco...

...y de lejos vio the big picture en "Kirchnerismo y literatura".

Domingo

LECTURA DE NARRADORES DE LA NUEVA NARRATIVA ARGENTINA
¿qué escriben los que nacieron después de 1960?
JUAN DIEGO INCARDONA
NATALIA MORET
Y bonus track intergeneracional:
ANIBAL JARKOWSKI Y CLAUDIA PIÑEIRO
Coordina ELSA DRUCAROFF
Domingo 9 de diciembre, 18 hs en
CasaBrandon - Luis Maria Drago 236
(a dos cuadras de Canning y Corrientes)
Parque Centenario

7 de diciembre de 2007

Guadalajara



monumento del milenio todavía inconcluso medio mcdonaldiano



samanta schweblin leyendo un cuento que dejó a todos sin aire


piñas gigantes del agave para hacer tequila


el sol pega fuerte por las rutas de jalisco

las riñas de gallos son legales en méxico

todo lo que quiere un hombre



en la prepa regional de san martín de hidalgo

el cuentista eduardo halfon metido en este cuento largo


perro de panteón

5 de diciembre de 2007

IV)

por Ana Laura Rivara

Las luces de la casa se apagan de a una
Siguen un orden:

-living
-cocina
-comedor
El patio nunca se apaga

En la cocina quedan dos platos rotos
(es difícil reconstruir el motivo floreado
casi tanto como conservar los errores)
¿Y dónde quedaron las pretensiones
de integridad?

Los dos perros se disputan un hueso dulce
muestran los colmillos
los paladares negros

Alguna Biblia abierta
es la guía telefónica
Al camboyanito que cargamos

El cuadro negro de la vida
tambalea ante nuestras caras
Por favor, ocupate de las cuentas


*

(fragmento de Bache)
blog: Lengua nada crol

3 de diciembre de 2007

La canilla

El otro día vi toda la infancia en una canilla. Una canilla de jardín rodeada de bombitas explotadas, el pico de la canilla repleto de gomitas de colores de las bombitas que explotaron antes de tiempo mientras los chicos las llenaban de agua. Y pedazos de bombitas naranjas, amarillas, azules, rojas, en el piso mojado. Ya todos los pendejitos se habían ido a joder a otra parte y ahí quedó la canilla repleta de colores y salpicaduras contra la pared. Una foto de carnaval.
Quiero describir cosas así sin que sean funcionales a nada. Estoy cansado de que las imágenes o las escenas tengan que encontrar un lugar en una novela alguna vez, que tengan que formar parte de una trama para existir. Por eso escribo poesía quizá. Porque no le encuentro un hilo narrativo a la vida. No sé qué quiere decir toda esta sucesión de imágenes y sueños, este desorden repleto de caras y palabras. De hecho no creo que quiera decir nada más que lo que es.
p. mairal

29 de noviembre de 2007

Los recuerdos

por Ana Quiroga

Cuando quisiste por fin enterarte de todo, te acercaste a mí con furia, los ojos salidos por la rabia y me preguntaste si me había acostado con él. Te dije que sí, y vos volviste a preguntarme si lo había hecho en tu cama y yo volví a decirte la verdad; y luego gritaste “cuántas veces, decime”, y me insultaste, “cuántas veces”. Entonces yo no pude responderte, no porque no supiera decir “muchas”, “lo suficiente” sino porque en ese momento fue como si me fuera a otro lado y me quedé pensando cómo podías preguntarte sólo eso, que no había sido lo más grave. Y mientras tu cara esperaba un número, un no sé qué, yo recordé su mirada el primer día que lo vi, sus ojos tentadores, las caricias en las manos, cuando aprendimos a tomar vino del mismo vaso, cuando me enseñó a fumar, el día que por primera vez me habló en otro idioma y me hizo cosquillas en la espalda. A vos voy a recordarte siempre con tu última cara de odio, y a tu marido, a través de algunos olores, de palabras que sólo yo oí, de algunos miedos confesados entre lágrimas, del aliento en la nuca para sorprenderme, de las cosas pequeñas que se hacen fuera de la cama.


***

de "Dormir juntos una noche", Ciudad de Lectores, 2002.

27 de noviembre de 2007

Seres extravagantes




Washington Cucurten recomienda desde Berlín este video de Reinaldo Arenas, donde el cubano recita un poema y también se lo ve a Fidel denunciando un "fenomenito extraño" de las calles de La Habana. Y acá esta yapa donde Arenas empieza: "…los escritores estos de izquierda que viven en los paises capitalistas..."

La pelota

por Miguel U.
Iba a la parada del 61 hablando por celular y se cortó. Enfrente al colegio de la esquina vi una pelota naranja de plástico entre los autos. Se les había caído. Un tipo de mi edad que cruzaba medio que hizo jueguito. Los chicos desde arriba le gritaron señor señor la pelota, pero el tipo hizo una gambeta sonriendo y la dejó. Le debe haber dado vergüenza o algo así. Viejo choto, le gritaron. Varios autos pasaron cerca de la pelota que seguía en la calle. Casi la pisan. Yo crucé y la agarré. Tuve que esquivar una combi que venía rápido. De nuevo: señor señor, acá, de bolea! Desde la vereda de enfrente calculé. Era un patio en un tercer piso. Todos mirando. Podía fallar. La patié fuerte por las dudas; mejor pasarme que quedarme corto. Y la pelota hizo una parábola exacta al patio. Bieeeeeeeeen, gracias señor!!!! El héroe de los niños.
Si fuera el comienzo de una película, para que funcione la escena, el tipo tendría que o encanutarse la pelota en la mochila y partir con un gran corte de manga a los colegiales, o hacerse el canchero y colgar (sin querer) la pelota a la mierda en el techo de la casa de al lado. La escena termina que se sube al bondi bajo los insultos y los gargajos de los niños.

23 de noviembre de 2007

Ante la presión popular...


...y la insistencia de la barra brava de San Lorenzo, Planeta bajó el precio de Ensayos Bonsai, de 41 a 34 sopes. Confirmado.

22 de noviembre de 2007


Cine y literatura

1969 - Sábado 28 de junio

(…)

"Hablamos de Invasión: BIOY: «Uno de sus principales defectos son los parlamentos, demasiado concluidos, correctos, sentenciosos. En el próximo film, vas a tener que contenerte. Si no podés, lo escribimos como quieras y después lo corregimos; pero lo corregimos de un modo contrario al habitual: cortando y estropeando las frases que salieron demasiado bien». BORGES: «Shaw ha demostrado que el teatro tolera perfectamente largos monólogos... ». BIOY: «En primer lugar, el cine no es el teatro; después, buena parte de los parlamentos de Shaw tienen un tono menos impecablemente terminado que los tuyos». BORGES: «Parece que Shakespeare escribía dos textos para cada pieza; uno para darse el gusto de escritor y otro para la representación, el acting text; se cree que de Macbeth sólo sobrevive el acting text y de las demás piezas el primero, el literario. Por eso Macbeth es la mejor de sus piezas».
Como Borges es muy rápido para inventar y redactar, cuando aparece la ocasión de escribir un purple patch* me da mucho trabajo, porque ya acuña su frase memorable antes de que yo empiece a armar mi renga alternativa. Como por lo general consigue resultados brillantes, no sé bien cómo persuadirlo de que los sacrifique: parecería que prefiero mi frase imperfecta porque es mía; comparadas, ¿quién vacila entre una y otra?, pero no se trata de comparar las frases, sino de que sean aceptables en el drama. Me atrevo también a decirle que su milonga no debió cantarse íntegramente en el film: «Cuando empezaron a cantarla me conmoví; cuando acabaron ya estaba impaciente. En un film no hay que cantar una pieza entera; si cantan una pieza entera la escena se convierte en número, se distingue de la trama, la interrumpe. Por excelente que sea tu milonga, debieron interrumpirla sin lástima, dejarla inconclusa. Solamente en las operetas o films musicales puede un actor cantar impunemente una pieza íntegra». "

(Borges, Bioy Casares, Destino, página 1271)
*purple patch: fragmento de prosa muy adornada

16 de noviembre de 2007

Leído al recibir el premio "Anna Seghers"

foto: Guadalupe Gaona
por Fabián Casas

Hace un tiempo atrás se me rompió un zapato. Me vi en problemas porque no recordaba una zapatería cerca de casa para poder arreglarlo. Sin embargo, salí a la calle y a las dos cuadras encontré una. Era un local viejo iluminado por una luz muy cálida. Había olor a cuero y una estufa daba un calor acojedor. Parecía una zapatería sacada de los cuentos infantiles. Detrás del mostrador, un hombre mayor trabajaba con un martillo y unos clavos. Tenía unos anteojos de esos que se usan para ver de cerca. Intercambiamos frases de cortesía y le pregunté si era nuevo en la zona, ya que yo –que había pasado infinidad de veces por ahí- no lo conocía. El hombre se sonrío y me dijo que hacía 20 años que estaba en el barrio. Que había visto crecer a varios de los chicos que antes jugaban en la vereda. Le dejé mis zapatos para que los arreglara, lo cual hizo de manera notable. Saqué una conclusión: hasta que no lo necesité, el zapatero había sido invisible. Saqué otra conclusión: todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. De manera que, en una cultura que propicia la sobreexposición mediática, la invisibilidad es un don. Me di cuenta que también algo de ese espíritu estaba en los escritores que me gustan, esos que no salen a buscarte desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los encuentra irremediablemente cuando son necesarios.

El zapatero de mi cuadra hace zapatos, yo escribí algunos poemas. Y tengo hoy el inmenso honor de ser premiado con el galardón que lleva el nombre de una gran escritora. Me gustaría decirles que desde chico tuve la certeza de que la literatura no es algo individual, sino colectivo. Me siento parte de una larga lista de escritores, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Por suerte el espíritu no tiene una sola dirección y sigue soplando donde quiere. No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlinguístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan. Escribamos o no, lo más importante es que todos nosotros somos narraciones de la vida. En cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oirlo. Un joven, leyendo en el subte, está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos va a tener que reconocer por la dentadura.

Lo cierto es que a la poesía no se la define, se la reconoce, dijo Alberto Girri, un gran poeta argentino. Así que no voy a cometer la estupidez de definir algo en lo que no se han puesto de acuerdo siglos y siglos de pensadores. Pero sí voy a nombrar algunas de las cosas en las que encuentro poesía: a veces en un animal, otras en el motor de un auto, en las largas vías del tren y en el silencio de los hospitales. En Johan Cruyff corriendo con su elegante camiseta naranja o en la construcción anónima de las catedrales. En el inferno de Dante, en el cerebro de Ugolino y en el sticker de la virgen pegado en el tablero del patrullero. La poesía siempre se encuentra en estado de pregunta. ¿Por qué estamos acá? ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? A veces, hasta nuestros seres queridos nos resultan extraños. Y sin embargo, la voluntad poética de habitar el mundo, es lo que todavía hace que la cosa valga la pena. Buenas noches, apúrense que vamos a cerrar, repite alguien desde hace años en uno de los versos de The Waste Land, buenas noches, buenas noches a todos. Mi nombre es Fabián Casas, pero en Alemania pueden decirme Kaspar Houses.


Berlín, noviembre de 2007

13 de noviembre de 2007

Madre e hijo - de Alexander Sokurov

La madre se está muriendo y su hijo la cuida. La lleva a pasear alzada en brazos. La madre, que aguna vez llevó al hijo en su cuerpo y después en brazos, ahora débil y desvalida es llevada en brazos por su hijo, un hombre fuerte. Son un solo animal. Anoche soñaron lo mismo. Él la acuesta despacio en la cama. La película se demora en una lenta coreografía de la ternura. Él sale a caminar, después corre como escapándose. La deja un rato. Ella se muere en ese rato. Quizá él lo sabía. Cuando vuelve, está muerta. A él le duele en el cuerpo, porque muere una parte del animal que eran su madre y él. Ahora está solo. Es huérfano.

p.mairal
*

El cuarto de las abejas

Fue la última en llegar, la sexta en irse. Llegó acompañada de Baby, su amiga y dama de compañía, su sombra marrón y ronca. Baby saludó estruendosamente desde la puerta, donde se detuvo para que todo se detuviera en honor a Rosie recién llegada... [TEXTO COMPLETO]

11 de noviembre de 2007

Lunes, martes, miércoles


No al cierre de Ciudad Abierta

por Pedro Mairal
Es un error que los gobiernos entrantes derriben todo lo que hizo el gobierno anterior. Injustamente caen en la volteada las cosas que están bien hechas. El canal Ciudad Abierta sorprendió desde el principio con una estética audiovisual nueva, con programas interesantes y un enfoque distinto a los canales de aire. Personalmente me gustan sobre todo los programas de entrevistas de María Moreno y Marina Mariasch. Me acuerdo del poeta Arturo Carrera hablando a la sombra de los árboles, o del pintor Daniel Santoro hablando del arte chino. También me quedo mirando las clases filmadas de la UBA; Daniel Link hablando de literatura del siglo XX, y otro profesor que hablaba de la gauchesca, del momento en que Martín Fierro rompe la guitarra.
Dan ganas de romper la guitarra. Supongo que cada gobierno llega con una idea distinta de qué es la cultura, y entonces el gobierno de Macri considerará que Ciudad Abierta no coincide con su proyecto cultural.
Estuve en Bogotá antes del 2000. Era una ciudad paranoica, violenta, de puertas cerradas. Ahora, en el 2007 volví y encontré una ciudad con eventos públicos, nuevas escuelas, bibliotecas, eventos culturales de promoción de la lectura. Una Bogotá que se abrió, que recuperó las actividades en los espacios públicos. Yo me preguntaba cómo lograron eso en un país que vive en guerra, y un amigo colombiano me explicó que fue gracias a una sucesión de buenas alcaldías, es decir, buenos gobiernos de la ciudad, que le dieron continuidad a los proyectos culturales.
El canal Ciudad Abierta no es un invento para meter a los amigos del gobierno de turno, como dijo Macri a la prensa. El canal Ciudad Abierta es una herramienta de difusión de la cultura que se genera en Buenos Aires. Ojalá el gobierno entrante pueda ver la utilidad que tiene. Espero que se den cuenta de que el gobierno de Cristina los va a ningunear por canal 7 durante toda su gestión y no van a tener dónde mostrar lo que hacen. Espero que usen Ciudad Abierta. Si quieren, que le cambien la cara, el logo, que lo pasen del naranja al amarillo, pero ojalá usen el canal para dar a conocer las actividades culturales que desarrollen, que espero que sean muchas y ayuden a abrir más la cultura en la ciudad de Buenos Aires.
Para que se entienda: cerrar Ciudad Abierta sería hacer un paso atrás, como tapar con tierra los túneles que se hicieron para ampliar la red de subterráneos.
***

10 de noviembre de 2007

Artículo sobre la novela de Damián Ríos "Habrá que poner la luz"


"Ríos elude toda impostación, todo impacto; quiere ser sincero, creíble, honesto, ser él mismo quien habla. Es el más cotidiano de todos los autores, y esto es posible porque Ríos mismo es esencialmente un lector, lo que significa que su relación con el horizonte de expectativas del lector es natural, clara, que no pretende impresionar por el lado de la exageración, que no considera que haya que violar nada; semejante tranquilidad es de apreciar en un momento en que algunos nuevos narradores hacen del bullicio un salvoconducto o una justificación".
(de Violeta Kesselman y Ana Mazzoni en revista Planta, "Damián Ríos: aprender, leer, escribir")
Y acá el texto completo de "Habrá que poner la luz" (muy recomendable; es una novela corta que se lee en una o dos horas).

8 de noviembre de 2007

Terranova y las antologías

(Texto leído por Juan Terranova el martes 6 de nov. en la presentación de "Buenos Aires. Escala 1:1")
1. Enfrentar una novela, un cuento, un libro de cuentos, un poema, un conjunto de poemas, un libro cualquier, en definitiva, es enfrentar un autor. Con las antologías esto es diferente. El lector, siempre en solitario, enfrenta a un grupo de tipos. Uno, el lector, contra todos los que forman parte de la antología. En el caso de Buenos Aires, escala 1:1, uno contra veinticinco, más que una patota. Todo un desafío al pedorrísimo refrán “Muchos contra uno no es bueno para ninguno”. Y encima, podría decir el lector “estos vienen con pretensiones de narrar los barrios de Buenos Aires”.
2. Las antologías son castigadas con una fuerza llamativa. Tienen hasta detractores. Como el aborto, la mano dura, el gatillo fácil o la pena de muerte. ¿Quiénes son estos detractores? Primero que nada son los autores que se quedaron afuera, que no están incluidos y que por lo general, no leen las antologías que los excluyeron. ¿Qué van a leer si no están ellos? Pero no se privan de hablar mal. Si no están ellos, ¿no?, ¿por qué privarse de hablar mal? ¿Qué puede tener de bueno una antología que no los incluye? Los escritores no son de controlar la envidia, más bien todo lo contrario. Pero hay algunos que lo hacen, y leen las antologías y valoran el esfuerzo de sus colegas. Dios los bendiga.
3. Sin embargo, el principal apoyo para la negación lo ponen las mismas antologías. Se trata del infernal trampolín del slogan que adopta muchas variantes. “Los mejores escritores”, “los escritores más jóvenes”, “los escritores nuevos”, todos conceptos vanos, llenos de recovecos traicioneros. Porque siempre hay uno mejor que nosotros, siempre hay uno más joven, más nuevo, más interesante, que tendría que haber estado y no está. Siempre hay, si no un error, la posibilidad de un error. Pero el problema más rotundo lo da la palabra “escritor”. Otra vez la misma situación: uno compra una novela, un libro de cuentos, un ensayo, una autobiografía y no dice, en la tapa, “esto lo escribió un escritor”. No hay necesidad. Pero con la antología, a esta altura un artefacto desquiciado, un pulpo insoportable, es diferente. Parece que participar en una antología no lo hace a uno “escritor”, ni mucho menos “mejor” que otro, ni muchísimo menos “joven”, para no hablar de la problemática palabra “generación”, una palabra llena de fisuras, casi tabú, contra la que todos parecen estar siempre en desacuerdo, en tensión, de la que siempre se desconfía y a la que hay que agregarle una serie de explicaciones y cláusulas para hacerla funcionar con un mínimo de dignidad. Habría que señalar, lo cual es un poco lastimoso pero, parece, muy necesario, que los libros vienen envueltos en el agridulce terciopelo del markentig. Y con eso explicaríamos quizás tantos equívocos, tantas contratapas, tanta joda loca y discusión sobre lo que es al final algo muy obvio. La antología es un junte y rejunte. Y hay que hacerse cargo.
4. Para terminar, me gustaría hablar del queso rotatorio. Toda antología –esta que presentamos hoy no tiene por qué ser la excepción- contiene un queso, una parte, una pieza, en este caso un texto que no va, que pertenece a otra antología, que no funciona, que debería haber sido desechado, que es, en definitiva, malo y que sobra. Pero, y acá este “pero” es fundamental, después de leer y comentar con autores y lectores varias de estas antologías que salieron, me di cuenta, de a poco, que el queso es rotatorio. Ninguna antología tiene un queso fijo. Y esto sucede porque los lectores van cambiando y, gracias a Dios, todos leemos de manera diferente. Los textos que son hits, son casi siempre hits para la mayoría, pero el queso va cambiando. Para unos es este, para otros es aquel, producto de lecturas encontradas y cruzadas el queso se desmarca y va armando un repertorio de variaciones. Leer una antología es algo difícil, porque como objeto no es un espejo, ni una ventana, ni un plato, sino más bien –metáfora trillada pero eficiente– un caleidoscopio que gira y cambia. Para leer antologías, entonces, hay que saber saltar y aprender a luchar contra la hidra de mil cabezas, actividad, por supuesto, no apta para perezosos.
(via Rino)

Grabando el programa de Horacio Quiroga

noviembre de 2010.
fuimos a san ignacio, misiones, a grabar un capítulo de impreso en argentina

al llegar al aeropuerto de posadas productora y directora saludaron a la multitud de fans que se agolpó para recibirlas

fueron cuatro días de grabación en los que nos fuimos internando en la selva de a poco

metiéndonos cada vez más profundo en los ruidos del monte

cargando todo al hombro por picadas o trillas como dicen en misiones

senderos que se bifurcan y por los que yo, según el guión de pirin, tenía que correr y caminar perdido, alucinando

hasta llegar todo embarrado a la casa de horacio quiroga

nestor ríos, el director de la casa museo, nos dijo: acá quiroga fue feliz

también nos dijo que quiroga no sabía nadar

lo primero que hizo quiroga fue sembrar un círculo doble de palmeras como un aura mágica para proteger la casa

fue juez de paz de san ignacio, guardaba las partidas de nacimiento y las de defunción en una lata de galletitas

la sorpresa fue bareiro, el remisero que me abandona en la selva. le preguntamos si se animaba a actuar. sí, dijo, no es la primera vez. el mejor actor.

el peñon sobre el paraná

ángel grabó hasta los insectos más insospechados

al fondo relámpago, el caballo que me habló

un insert del río desde la altura. voy aprendiendo palabras como esa

insert: toma para cubrir acciones o detalles que pasan desapercibidos en un plano más amplio. después en edición se ve si se usa o no.

era un quiroga medio lost por momentos

mariana y mercedes trabajando bajo la lluvia, en actitud sierra maestra
el programa se empieza a pasar en algún momento del 2011

6 de noviembre de 2007

Salió

Un gran honor porque algunos de estos ensayos bonsai fueron publicados en El Remisero Absoluto y también en este blog.
La contratapa dice:
"Sé que es en los cruces donde está lo más interesante. Que los caminos de los puristas conducen irremediablemente al fascismo. Y que el odio y el miedo también llevan a ese domicilio."
Fabián Casas es el último escritor de izquierda. Entre tanto militarista de la cultura, el sensei de Boedo entiende que la literatura es un medio para ensanchar la imaginación y aprender a ser mejores. Mientras otros siembran bombas, él enseña a pescar.
Autor de poemas leídos con devoción en las últimas dos décadas, Casas se abocó a producir en pequeñas dosis una prosa al tuntún, hecha en contra de la dictadura de la eficacia. En estos ensayos, que también pueden leerse como una novela de formación, aplica su máxima joyceana -silencio, destierro y astucia- para indagar en nuestra cultura mestiza y diversa.
En el lugar donde se cruzan la sabiduría oriental, el rock, los ideales de los revolucionarios mesiánicos, los grandes poetas americanos y el fútbol, ahí se asoma la escritura de Casas: el boedismo zen. Ensayos bonsai retoma la posta de la contracultura: alertar a las conciencias que, en este mundo indiferenciado, resisten a los mandatos del consumo y la propaganda.

3 de noviembre de 2007

Bacanal

por Cynthia Smart (No Tan Soez )

Apagada la charla, Sandra y Franz transan. La sala calla; callan a la par lámparas, pantallas nacaradas, salamandra, mapas y plata... Sandra, ¿pacata? Para nada: alta, clara, alada, trama amar a Franz hasta la mañana. Franz, galán sagaz, apaga las palabras, las alza, las amansa. Halaga a Sandra, la palpa al ras al pasar la chala, narra hazañas macabras, traza sagas magnas, falsas, chabacanas. Las chanzas ablandan la charla. Maga malvada y fatal, habla Sandra, la bacana:
-Las malas pajas hartan hasta a las más mansas. ¡Basta ya!
Las palabras vagan y abrasan la sala. Agazapadas las ganas, larga la fanfarra. La palma ya rasa las mamas, la danza carnal saca llamas a la casa, al fanal, a la fachada. Cargan la jarana.Falda rayada, faja parda y casaca, gafas y gabán saltan a la tracalada. Manga atascada: Franz y Sandra trabajan, la agarran y la sacan. Franz, carnal vara parada. Sandra mana mar salada. Baba. Trasplantan la matanza a la cama. Sacan las sábanas, las mantas, las frazadas.
Mascan, amasan, hamacan, jalan. Tamaña salvajada va a dar charla a la mañana. La palanca garrafal al paladar. Sandra cata la salsa. Traga.
-¡Más masa, barragana!, brama Franz. -¡Mamá la caña, bagasa!
Franz ataca. Arranca las blancas bragas caladas, las traspasa. Batalla: brazadas, palmadas, trampas y añagazas.
Arrasa la matraca. Sandra alza las ancas y clama acalambrada,
-¡Franz, Franz, planta ya la calabaza!
La vara abalanzada rasga la raja. Gran cabalgata. Aplastan la faca, abarajan la faranga, aplazan la garrama. Apartan las garras, paran. Ancla varada nada la vasta playa. Caña a la cañada. Vaharadas. Zancadas. Alabanzas.
Franz y Sandra garchan. Acaban.Aclaran las albas. La mañana rasa la sala.

24 de octubre de 2007

Cachiva

por Rodrigo (de Fideos con manteca)

Va por el domingo a la mañana
como empujándose o empujando paisaje,
o sacudiéndose o sacudiendo calle,
o escuchándose pajarito
o escuchando pajaritos
pampeanos y suburbanos,
o picándole el sol en la cara
o cerrándose la cara
para picarse la transpiración que le sale del cráneo.

Viene silbando la canción de la alarma
de un auto que se despertó con los pajaritos
cuando un peugeot que venía de ramos
pasó pijudo y salivando por el regaeeeetón.

Si supiese jugar al ajedrez podría pensar que era un caballo movido, perdido entre otras jugadas, mirado desde arriba como el motín de coincidencias más trillado y violento de todos los tiempos. Y así entendería muchas cosas: los árboles gigantes, las pibas gritando con otro grupo de pibes canciones frescas que todos conocen, el ruido de una botella vacía como pedazo de oración en español reventándose en el cordón,
bocacalle, boca de tormenta, pasabobo, brea, poste de luz y cables tirados, chapas, charcos, perros con la sabiduría de un ángel juzgando y enumerando con el hocico a la basura en la calle: puchitos, carilinas, chapitas, ramitas, palitos, pastillitas, cigüeñales, arenita, plumas, cartones y pies con medias y zapatillas.
La sangre lo acompaña y lo trepa hasta la punta del pelo cuando se manda por el punte de la estación, y desde arriba,
casi tan arriba como Cristo,
ve cómo el sol se mueve sobre las vías y lo ve cómo se estanca en el techo recién pintado, en los colectivos que pasan insultando al domingo, en el puesto de diarios, en la niebla gris de allá al fondo y en un grupo de angelitos que van a misa porque -desde hace ya tres meses- se preparan para la primera comunión.

21 de octubre de 2007

Más inédito imposible



Reseña de la antología poética de César Mermet, por Rodolfo Edwards hoy en Página12:





"...los textos de Mermet leídos desde hoy parecen escritos por algún poeta de los "noventa". En su poética se ven claros rasgos de objetivismo, alusión a objetos y situaciones globalizadas en medio de una cultura de masas, pero también visiones alucinadas de espacios abiertos, camperos, todo aderezado con un humor seco, muy moderno para la época. Es como si hubiese presentido futuras sensibilidades practicando una especie de "poesía de anticipación"; basta observar la fuerte narratividad y el distanciamiento irónico en poemas como "Shopping Center": "Gastar es delicia miserable, dolorosa y malignamente irreal, como un flotante orgasmo en el ajeno sueño./En estas submarinas galerías del mito del fasto,/en estas exposiciones de modelos mentales,/alusivos brillos y señales preciosas,/yo podría comprar cualquier cosa hasta cualquier hora".
Demasiado emocional para los postulados racionalistas de los poetas del cincuenta, muy tibio para los comprometidos sesenta, quizás fue acertada la decisión de Mermet de alojarse en ese silencio creativo, lleno de voces. En los enigmas y los vaivenes de la literatura argentina la poesía de Mermet ha sobrevivido sana y salva". [ACÁ LA NOTA COMPLETA]

14 de octubre de 2007

Tocar a Gimena

Pedro Mairal

Lo primero que me trae a la mente la palabra “tocar” es mi amiga Gimena, compañera de colegio, en el viaje de egresados, el último año de la secundaria. Y más específicamente el ómnibus que nos llevaba de vuelta al hotel, después de una excursión al Cerro Catedral. Mientras los demás se habían deslizado montaña abajo en unos trineos de plástico, los varones más escépticos nos habíamos escondido a fumar y a mear en la nieve, detrás de una cabaña de troncos. Yo fumaba y hacía como que vigilaba que no viniera un profesor, pero en realidad la miraba a Gimena que estaba con un suéter violeta, riéndose y sacándose fotos con las otras chicas.

Cuando nos hicieron subir de vuelta al ómnibus, logré sentarme en el fondo. No la vi venir. La vi cuando me pasó por arriba de las rodillas y se sentó a mi lado, contra la ventana. Me pasó por arriba, de frente, agarrándome fuerte del pelo, con saña y con cariño. Acá tengo que aclarar que Gimena había estado de novia con uno de mis amigos y por eso mismo estaba prohibida para mí. Nos tocábamos muy casualmente, sólo como amigos, pasándonos un brazo sobre el hombro alguna vez, cuando caminábamos todos juntos. Y uno de los últimos días de clase, cuando varones y mujeres cambiamos ropa para salir travestidos al patio, yo cambié ropa con ella. Mis pantalones grises le marcaban el culo redondo y mi corbata le caía en diagonal por la pendiente de sus tetas.

Gimena se desplomó a mi lado. El cotorreo en el ómnibus duró poco. Ya estaba oscureciendo y nadie había dormido más de cuatro horas la noche anterior. Los sacudones del camino de montaña empezaron a arrullarnos. Gimena dijo “¿Me puedo poner así?” y, sin esperar que yo le contestara, recostó su cabeza sobre mi muslo izquierdo. Me quedó el brazo de ese lado en el aire; no sabía dónde apoyarlo. Todo era demasiado comprometedor: su cadera, su panza, hasta su hombro, porque para poner mi mano en su hombro tenía que posar mi antebrazo sobre sus tetas. Así que, alarmado, puse mi mano sobre el apoyabrazos de adelante, pero quedaba tan ridículo que traté de apoyarme en la ventana hacia un costado y entonces Gimena me agarró la mano y me la hizo apoyar, con toda la naturalidad del mundo, sobre la lana violeta de su suéter.

“Tenés las manos calientes”, dijo bajito. Y acurrucó sus dedos fríos en el hueco de mi mano. Yo le envolví la mano dándole calor. De golpe entrelazamos los dedos y, de a poco, las manos empezaron casi a tener vida propia, como dos animales que se estudiaban y se recorrían, como dos perros en la plaza, arrojándose uno encima del otro. Yo no sabía que se podía sentir tanto, solo con la mano. Nuestras manos se buscaban, se apretaban. De pronto era todo muy suave; yo le acariciaba el centro de la palma con el pulgar, o ella me hacía estirar la mano y me recorría los dedos; y de pronto era todo muy fuerte casi como una pulseada, un forcejeo.

Nadie nos veía. Yo miraba hacia el pasillo. De vez en cuando se levantaba alguien que cambiaba de asiento. Me acuerdo de la sensación de estar como cogiendo, pero solo con una mano, mientras el resto del cuerpo simulaba estar vestido, discreto y sentado entre los amigos del colegio. Era todo tacto, encendiéndome el cuerpo entero de los pies hasta la nuca. Yo no sabía que cabían tantos besos en una mano. El roce mínimo de sus dedos era la mariposa que del otro lado del mundo provoca el terremoto. Todas mis terminaciones nerviosas parecían estar alertas. El bulto en mi pantalón había crecido hacia un costado. El pelo de Gimena estaba derramado en catarata sobre mi pierna. Entonces, con la otra mano le pasé los dedos por el pelo. Le toqué suavecito la cabeza.

Las manos entrelazadas se calmaron un poco. Quedaron apoyadas exhaustas en la panza de Gimena. Parece una exageración pero fue así. Faltaba que cada mano se fumara un cigarrillo en la oscuridad del ómnibus. Pero el envión exploratorio seguía en mí. Le toqué el suéter, le recorrí la cintura por fuera del jean, esas costuras y remaches y bolsillos. Le busqué con el dedo índice la piel de la cintura entre el suéter y el jean, apartando capas de ropa. El suéter, y abajo un buzo creo (iba adivinando como un ciego), y abajo una remera que a esa altura estaba metida en el pantalón. Un poco más cerca de la panza, la remera estaba fuera y por fin le encontré la piel. Con dos de mis dedos acaricié un centímetro cuadrado de la panza de Gimena, que se hacía la dormida.

Fue lo más suave que toqué en mi vida, como mármol blando, como hielo caliente, la panza plana, abajo del ombligo, los cinco dedos tocando su piel, hasta el límite del elástico de la bombacha, un límite infranqueable, el hueso de su cadera, la pelusa casi imperceptible de la piel a lo largo de esa línea, y mi dedo que empujó el elástico, un poco, un dedo debajo de la tensión del elástico, dos dedos, más allá, avanzando, unos pelos más gruesos y ella de golpe se puso de costado, se ovilló acercando las rodillas al pecho. Dejé la mano del delito sobre su suéter, asustado, casi pidiéndole perdón y Gimena me la agarró y se la llevó a la boca. Se metió mi dedo en la boca. La boca mojada, la lengua, los dientes. Me chupó dos dedos, me dio como unos mordisquitos primero, hasta que me mordió fuerte. Me hizo doler. Y me siguió mordiendo despacio el pulgar, el borde de la mano. Después me volvió a agarrar la mano y la apretó contra ella, como cerrando el asunto, hasta que encendieron las luces del interior del ómnibus y hubo unas quejas de los encandilados y nos soltamos.

Cuando llegamos al hotel, ella me volvió a pasar por arriba y al oído me dijo “¡shh!", para que todo quedara en secreto entre nosotros. Yo cumplí, porque esta es la primera vez que lo cuento. Lo demás fue tristeza. Gimena se arregló con mi amigo antes de que terminara el viaje.
*

(Publicado en la revista Don Juan, Bogotá, septiembre de 2008)

12 de octubre de 2007

La prueba de vida

por Ana Agote

-No lo reconozco para nada-, dijo papá inspeccionando un dedo morado que le habían enviado los secuestradores de Agustín como prueba de vida-. Para nada-, repitió.
-Pero Don Marcelo, ya le mandamos la oreja, ahora el dedo, no nos queda nada para mandarle-, dijo la voz del teléfono.
-Entonces no pago. Si ustedes creen que ese dedo hinchado y esa oreja sangrienta son pruebas de vida están muy equivocados. Y no crea que me lo tomé a la ligera. Agarré la oreja con la punta de los dedos enfundados en un guante de goma, porque cabe destacar que la mandaron toda ensangrentada y sucia (y no lo digo enojado porque ¿qué podían hacer ustedes?, gente sin educación) y se la probé a, uno por uno, todos mis hijos. La sostuve contra su oreja, un poco más arriba para ver las dos y comparar cómodamente, para ver si se parecían pero ningún parecido. En el turno de Martina, mi hija del medio, vimos un pequeño parecido, debo reconocerlo, pero no podemos asegurar que sea la oreja de Agustín. [SIGUE ACÁ]

11 de octubre de 2007

10 de octubre de 2007

Poesía en Bahía Blanca

Pedro Mairal
El sábado al mediodía Gustavo López me llevó a jugar al fútbol. Por las patas de palo que tengo de nacimiento, yo me había dado de baja del fútbol 5 el año pasado, pero él me obligó. El partido le hizo mucho mal a mi ego. Uno de mi equipo me apodó "Súper". "Che, Súper, cuando marques tratá de ponerte entre el jugador y el arco". Igual ganamos. Hice dos goles. No hay foto.

A la tarde, entre mates y tarta de manzana, hablamos de poesía con los poetas del proyecto Ruta 33 en la biblioteca del Club Bella Vista.
El domingo, mientras lo esperábamos a Raimondi en la plaza, la verdadera naturaleza de hombre orquesta de López se manifestó ante mis ojos cuando se volvió uno y trino.

El mega poeta bahiense Sergio Raimondi nos paseó por Puerto Ing. White, por el muelle de Cerri, por una estación abandonada, por los cangrejales que le tragaron un caballo a Fabio Cáceres, por silos cerealeros, por petroquímicas, esos paisajes de su poesía.
A la noche leímos poesía en el Hostel Bahía con Nicolás Guglielmetti, Alejandra Larosa y Mario Ortiz (foto de Abel Escudero).

A las once me tomé El Cóndor y amanecí el lunes cerca de Cañuelas.